A lo lejos, la dentista : Me limpio los dientes cada cinco minutos. No exagero.
Me llevo el capillo y la pasta de dientes y ese aparato sin nombre que es la
versión minúscula de la escobilla del baño al trabajo. Cuando los tres se ven juntos
en una bolsa se alegran, como perro que escucha el sonido de la cadena, y me
preguntan dónde nos vamos de vacaciones. Al trabajo. ¿Al trabajo? (desilusión).
Sí, al trabajo (firme). Jo (ellos), pensábamos que nos íbamos a un hotel. ¡Nos
encantan los hoteles, eso de llegar a un cuarto de baño nuevo y verte en un
vaso de cristal limpio, tan limpio que tiene ese plástico que lo envuelve, y no
éste en el que nos amontonamos! (dice el cepillo de dientes). Mucha presión (la
pasta de dientes). (La mini escobilla no dice nada porque en esa cabeza de
alambre no caben muchas ideas). Sigue el capillo de dientes, que, claro, habla
entre exclamaciones porque él mismo es una exclamación con cedras, dice : ¡Y
conoces gente! ¡Nos gusta conocer gente! ¡Los botecitos pequeños con gel y con
jabón, tan monos que te dan ganas de adoptarlos! ¡Y esa esponja para los
zapatos que, a pesar de estar encerrada, te saluda y te pregunta de dónde eres!
¡No puedo dejarme fuera a esos jaboncitos redondos, pequeños, envueltos como si
fueran porciones de un queso caro y suave, listo para untar! ¡Tanta gente
nueva!. Tanta gente nueva (añade la pasta de dientes). El cepillo asiente, no
sé si asiente o es que se ha quedado dormido. ¡Además el lavabo está tan limpio
que parece nuevo, no como el nuestro, en el que siempre hay un pelo, o un trozo
de pasta seco (¡no te molestes, pasta de dientes!), o un animal de plástico o
un resto de espuma de afeitar!. Dos segundos de silencio que les dejo, que se
desahoguen, que en la bolsa en la que les voy a meter hace calor, vaya si hace
calor, y además van a compartir espacio con la comida, cara y cruz en un área
reducida, a ver qué pasa. ¡Luego levantas la vista y ves toallas blancas,
colgadas como blasones en el castillo de un mago bueno!. El cepillo de dientes
me ha salido lírico, pero es normal, que trabaja en una boca y ahí tiene que
encontrarse todo tipo de palabras arrugadas, como pelotas de papel en el fondo
de una papelera. La imagen no está mal, jodido cepillo de dientes. ¡Me gustan
esas toallas, es, no sé, como si nos dieran la bienvenida! ¡Como si
regresáramos a casa!. A casa, añade la pasta de dientes, que tiene capacidad
craneal (blanda) pero anda un poco densa en sus razonamientos de fluor para
veinticuatro horas. Y yo me pregunto por qué no se sienten en casa, si los objetos
tienen inquietudes metafísicas, si es normal este desarraigo de todos con
todos. ¡Jo! ¡Ojalá tuviéramos toallas blancas en casa!. Pues es una idea que
anoto, porque todo lo que cuelga en la parte de atrás de las puertas del baño
es de color. Mira, no lo había pensado. ¿Por qué se reserva el blanco para los
hoteles?. ¡Y, sobre todo, me gusta ese pequeño cepillo de dientes que viene
metido en su precinto! ¡No me he encontrado ninguno que no quiera aprender! ¡Es
normal! ¡Nunca han visto una boca por dentro y están llenos de dudas, que si lo
harán bien, que si les dará miedo, que
si les dolerá, que si, y esta es una de las pesadillas más compartidas, que si
se los tragarán! ¡Cómo me gusta responder sus preguntar y guiarles! ¡Tener un
becario es algo que me hace sentir importante! ¡Poder transmitir todo lo que sé
antes de que encuentres una oferta en el Mercadona y me cambies por algún trío
de cedras más duras, porque con la edad sé que tenéis fantasías con tríos de
prominencias más duras, que no consideráis que con el uso y la edad es normal
que las nuestras vayan diciendo y se queden así! (se gira para que vea las
suyas). Silencio. Tanto miedo. Estos momentos de sinceridad, de por sí
violentos, resultan más duros si no te los esperas y te pillan a las siete de
la mañana. ¿Y qué hago?. La verdad : les cuento que no nos vamos de viaje, que
lo siento, que es que por la tarde voy a la dentista y que necesito llevar los
dientes limpios. ¡La dentista!. La dentista, dice la pasta de dientes. La
dentista, murmura la pequeña escobilla. ¡Entonces tenemos que hacer un buen
trabajo!, se anima el capillo. Sí, les digo. ¡Cuéntanos algo de esa dentista,
necesitamos saber qué tipo de trabajo hay que realizar!. Les hablo de mi
dentista. Es una mujer simpática que tiene una gran habilidad con la anestesia.
Cuatro pinchazos y ya puede esculpir las caras del monte Rushmore en tus
dientes que no te enteras. Me gusta la dentista. Esto es un resumen, con ellos
me alargo más. Los tres, mentalmente, van asintiendo como si recogieran las
pistas para orientarse en el laberinto del Minotauro. ¡Buena chica!. Sí, pero
hay algo que me hace temerla. No es el dolor. No. Es algo para lo que no hay
anestesia. ¡Dinos!. Es ese reproche que me hace cuando con uno de sus
instrumentales me saca algo escondido entre mis muelas. Me lo enseña un
segundo, mueve la cabeza de forma casi imperceptible y me dice que hay que
limpiarse bien los dientes. Es apenas un pequeño nubarrón en un cielo de
anestesia y buenas palabras, pero qué frío se pasa cuando ocurre. Cepillo,
pasta y escobilla parecen compartir un escalofrío. Por eso, les digo, me
acompañan hoy. Los tres se reúnen a hablar y el cepillo, como portavoz, me dice
¡Déjalo en nuestras manos! ¡Cada cinco minutos repasaremos esos dientes! ¡Vaya
si lo haremos!. Les meto en la bolsa con la comida, esto es llevar a los
hooligans de dos equipos en el mismo autobús, pero no pasa nada. Hasta me
parece escuchar una canción de excursión. Empieza el equipo de limpieza y
acaban uniéndose los cubiertos y la tartera.
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