Ahora, ahora, ahora : Me gusta la
complicidad que compartimos Daniel y yo yendo al cine (la sección femenina de
la familia tiene otros planes). La película es muy, muy mala : la versión
infantil de “Los vengadores”. Alguien se preguntó . “¿Y si hacemos lo mismo con
Papá Noel, el hada de los dientes, no sé quién y no sé cuántos?”. El resultado
es ridículo y caro : dos entradas, 17,90 euros.
Pero la película es lo de menos.
Podría bajarla de Internet y me saldría gratis, pero perdería la oportunidad de
estar los dos juntos. Charlamos en el coche, calculamos el tiempo que tenemos
libre antes de que empiece, damos una vuelta por el Vips (él a ver juguetes y
yo a encontrarme con un libro sobre Cartier-Bresson que finalmente no compro),
intentamos sacar dinero en un cajero (uno no funciona y el otro, el otro,
ja,ja,ja, pretende cobrarme tres euros por sacar veinte), le digo a Daniel que
no hay palomitas y él niega, desilusionado, rebusco en la cartera y encuentro
un billete que Lucia me dio hace mucho tiempo y que estaba ahí para que Daniel
pudiera cercarse a comprar una botella de agua y unas palomitas medianas (5,40
el total), le doy la botella a Daniel (no me fío) y me quedo con las palomitas,
entramos en el baño, dejamos la botella y la bolsa de palomitas junto a los
grifos y nos lavamos las manos con meticulosidad de cirujano (así), recorremos
todo el baño con las manos goteando hasta que damos (por fin) con un secador
que suelta un aire fuerte y caliente, directamente del desierto, y yo me seco
las manos primero y él se las seca después, y terminamos de quitarnos la
humedad frotándolas contra los muslos (así), y cogemos las palomitas (yo) y el
agua (él) y entramos en la sala (no, hoy no necesitamos alzador) y vamos
buscando el número de la fila agachados, como si lleváramos una gran carga,
hasta que damos con la fila y con nuestros asientos y, ya ahí, nos tomamos
nuestro tiempo en ocuparlos (no sé si existe un nombre para definir este placer
que se siente cuando puedes ocupar un sitio en el cine sin prisas), Daniel se
quita el abrigo, se sienta, coge las palomitas, yo hago lo mismo con el agua,
dejo el iPhone al lado y miramos a la pantalla esperando que empiecen los
anuncios, la película, cualquier cosa.
Entonces Daniel me advierte de que
tenemos que esperar a que empiecen a proyectar algo en la pantalla, da igual qué, para comenzar con las palomitas. Vale, le digo. Y cuando me giro hacia
él, ya ha empezado a comérselas y sonríe con esa risa que nunca, nunca,
olvidaré cuando le pillo. Gira las palomitas para que pueda coger unas pocas.
La película, decía, está muy bien
hecha pero no vale nada. Bah. Da igual. Los dos nos vamos terminando las
palomitas sin prisas mientras yo me digo : es ahora, ahora, ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario