El pacto : El pacto es que ahora al
entrar en el restaurante huela a fritanga; que la carta sea una hoja
plastificada (Todo lo que usted puede comer / All you can eat); que ya puedas
comer de buffet (pidiendo los platos que quieras a la cocina); que los
camareros traigan el vino cuando llevamos un tiempo comiendo; que las raciones
sean más pequeñas; que la presentación no sea la misma, que lo que te gustaría
pedir lleve un suplemento. El pacto, decía, es que aceptes todo eso a cambio de
un precio que nunca antes habías pagado aquí, en un oriental que era la
referencia de la zona, el lujo que te dabas un domingo a la hora de comer. En
resumen : Tú puedes seguir viniendo y ellos no ven las mesas vacías.
Cada uno de los pactos que vamos
haciendo nos asientan, como las patas de la nave que se posa, en la superficie
de una realidad de la que no sabemos absolutamente nada. Cuando todo se detenga
y salgamos a explorar es probable que lo que veamos no nos guste nada.
Hasta entonces, tenemos que ir
aceptando los pactos, lo sé, pero voy a echar de menos a esa mujer china, alta
y elegante, que venía a vernos a la mesa para conversar un poco con nosotros.
La busco con la mirada por el local mientras comemos hasta que tengo que
aceptar la verdad : ella no está incluida.
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