Las cuatro
estaciones : Nunca había pensado en las estaciones como capas superpuestas. Esa
manía de excluirlas por una cuestión de calendario. Fer y yo estamos sentados
en una terraza en la plaza de Fuencarral, disfrutando de una improvisada soledad
: las mujeres están viendo zapatos en una, en otra, en otra tienda en Augusto
Figueroa. Los niños han aceptado el juego de ir y preguntar, en esa tienda, por
ejemplo, cuál es la zapatilla más barata. Corren de un lado a otro.
Y es en ese momento de tranquilidad
cuando me doy cuenta de que ahí están las estaciones, juntas. El verano, en
estos yogures helados que rebañamos (lo que han dejado los niños); el invierno,
en el calor que desprenden las estufas sobre nuestras cabezas; el otoño en esa
lluvia inofensiva, indecisa, que, encima del toldo, cae un rato, se lo piensa,
vuelve a caer. La mezcla de las tres provoca ese optimismo tranquilo de los
primeros días de la primavera.
-¡Treinta y cuatro euros! – gritan los
niños al volver.
-Id a esa cafetería y preguntadle
su nombre a la camarera.
No es solo eso. Basta con fijarse
un poco para darse cuenta de que la gente lleva su propia estación encima.
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