Una tregua de noventa minutos: El árbitro se acerca al jugador y se inclina hacia
él con el gesto de un oficial japonés : las piernas rígidas, los brazos pegados
al cuerpo y el silbato en la boca, como si se fuera a comunicar con pequeños
toques en morse. El jugador, en el suelo, tiene la postura del que aprovecha
unos segundos para descansar y no tiene mucha prisa por incorporarse a un
partido que empieza a estar perdido y en el que no ha creído desde el principio
porque ni siquiera se juega en casa. Parecen un padre y su hijo en medio de esa conversación que en muchas casas (en el segundo trimestre del 2012, el
53,28 por ciento de los menores de veinticinco años está en paro) se ha
interrumpido en la tregua que ofrece un partido de fútbol, aunque sea tan intrascendente
como éste de la Copa del Rey.
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