Carrera muda en
Bahrein : Al coche de Fernando Alonso se le rompe algo y las décimas de
segundo que los demás dejan detrás de sí sin usar se le van pegando a él, como
mosquitos al parabrisas. En el mundo de la fórmula uno, eso es como invitar a
un elefante a subirse a tu coche. O al menos es lo que creo entender mientras veo
imágenes de la carrera en una pared de “El león de oro” que utilizan como
pantalla. En la pared de enfrente están los vinos. Me alegra ver que tengo la
vista lo suficientemente bien como para leer : Copa El Picaro en "El León
de oro " 2,90 €; "Las dos ces" 2,80; "Damana 5" 2,70 €.
Tres copas, tres, que bebemos mientras picamos y charlamos y Alonso corre con
el volumen alto al principio y en un susurro después (cuando alguien, tal vez
decepcionado por la carrera, pide verla en silencio : lo entiendo porque con
cada gol que recibe el Madrid yo bajo el volumen dando a entender que si no es
escucha nada, es mejor no preguntar). Buenos vinos. Buenas croquetas. Buena
vista de la gente paseando despreocupada por la Cava Baja, con la cara
satisfecha y relajada del que ha terminado algo complicado de lo que se siente
orgulloso. Saltar de un rostro a otro es como rellenarle el cuenco de comida a
la vista.
En la mesa de al lado hay una
pareja que sigue con tensión la carrera. Sus copas parecen llevar mucho tiempo
vacías, pero ningún camarero se acerca a molestarles, lo que entiendo porque no
hay que romper estos ritos. Ella de vez en cuando se aprieta los muslos con las
manos. El se pasa la mano por el pelo continuamente. Me da envidia su pasión porque
a mí me aburren los tipos como yo que sólo ven a un grupo de niños mayores
dando vueltas a un circuito. Apenas hablan entre ellos en las últimas vueltas y
cuando termina la carrera recogen todo con la prisa del que se despierta en la
playa y descubre que está a punto de llover.
Vuelvo a fijarme en la calle y en
la chica que nos atendió al llegar y cuyo buen humor no era fingido y en una
cocinera que sale a discutir con uno de los camareros de la barra en un tono
que me recuerda a la Janette Desautel de la tercera temporada de Treme, ya al
frente de un gran restaurante. Nosotros salimos de éste contentos. Muy cerca
del local hay un contenedor con dos televisores. Si yo tuviera un sitio como “El
león de oro” cerca de casa, también me desharía de mi televisión para ser más
selectivo. Una buena excusa para bajar, elegir una copa y pedir, ya puestos, un
episodio de Treme con el volumen bien alto para escuchar a Delmond Lambreaux.
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