El cámara de Attenborough : Llevo
equipo como para dar un par de vueltas al mundo con David Attenborough. Lo dejo
con cuidado al lado de la pista. Mientras las gimnastas calientan, yo
compruebo que todo está en orden : el trípode, la cámara digital, la grabadora
digital, la réflex con sus dos objetivos, la tarjeta de memoria de seguridad y
el iPhone en el bolsillo (como la última arma si las demás fallan). Por aquí no
se escapa viva ninguna imagen.
Entre las gradas y las niñas, todas
ellas con la adulta seriedad que les dan el uniforme y el maquillaje, estamos
los reporteros de la familia, imprimiéndole a la escena cierto aire de final
europea. Solo nos falta el chaleco y la acreditación. A falta de ese
reconocimiento oficial, admito que me dedico a compararme con los demás padres
y a suspenderlos sin compasión, eliminando a los que solo usan el móvil, o una
cámara antigua, o una réflex en modo automático. Solo admito en mi elitista
club a los que despliegan su trípode y la paciencia del pescador.
Los números son irregulares, con
partes que no encajan, como el plato de un cocinero que se supiera los
ingredientes pero hubiera olvidado las dosis y los tiempos de cocción. En
otra situación, eso sería relevante, pero aquí no. Los padres lo aceptamos todo
(y nos lo comemos) porque lo que hacemos es imaginar cómo podrá ser dentro de
unos años lo que ahora vemos como un boceto. Y esa imaginación nos lleva
bastante lejos : a partir del punto en el que se planta la razón, sigue la fe,
como la cabra que abre el desfile, a su bola.
El trípode se tensa y veo al grupo
de Lucía listo. Abro, conecto, enfoco, grabo, encuadro, selecciono, mido la
luz, cierro el diafragma, giro un poco la grabadora, selecciono un detalle,
mejor al grupo, otro detalle, me quedo corto de luz aquí y me pasó en la
siguiente, como no sé nada del número, no puede adelantarme a los movimientos,
así que trato de abarcarlo todo como un auténtico hombre orquesta. Experimento
la misma mezcla de excitación y de urgencia que con las uvas de Nochevieja e
idéntica decepción cuando descubro que también aquí todo ha pasado demasiado
rápido.
Tal
vez para compensar esas prisas, voy guardando todo muy despacio (mentalmente rompo
mi selecto carné como si fuera una tarjeta caducada). He recogido todo lo que
he podido, pero lo único que no ha grabado nada es mi cabeza. Nada. He visto
fotogramas, pero no le podría contar a nadie la película. Tengo que encontrar a
David para que me explique qué ha pasado.
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