Ninguna una obra
sin su marco : El alimento para el cuerpo lo obtengo en Mercadona : tres bolsas
de habitas (2,95 € cada bolsa) y un
paquete de bacon (1,61 €) para un plato (habitas con bacon=10,46 €) que voy a
preparar esta noche según una receta clásica (en cazuela) o avanzada (microondas)
: llegado el momento, ya veré.
El alimento para el alma me lo
procuro mirando al suelo, con la bolsa en la que llevo las tres bolsas de
habitas y el bacon en una mano. Mentalmente, le pongo un marco a esas pequeñas
piedras con sombra y a ese hierro (hierro, a secas) que sobresale sin ninguna
utilidad reconocida. Auténtico arte callejero sin manipular, sin intención, sin
crítica que lo adorne : sin intermediario, en suma. Puro talento salvaje. Lo
descubro porque piso el hierro y ese dolor, que amenaza con convertirse en algo
físico, se convierte, tras domarlo, en un estímulo que llega, purificado, a
esas regiones del cerebro en las que guardo la emoción estética y tal. ¡Ah! Se
puede decir que no solo soy el receptor de la obra, sino que, permitiendo que
genere dolor, amplío su capacidad creadora, la acerco a su momento cerrado de
plenitud en el que será plenamente ella misma y ya no necesite nada más. Gracias
a mí es más obra, mi pie es más pie, la tarde se vuelve más intensa y yo me
alejo con la ligera cojera que es la muestra exterior de mi otra cojera
interior, la que me ha separado de mi flujo rutinario para colocarme en otro
nivel en el que el momento se puede expresar sin recurrir a la inercia de mis
pensamientos, para (me doy cuenta) desalojarme de mí mismo en unos minutos que
iban a ser el simple trayecto desde la puerta del Mercadona con mi bolsita de
habitas hasta el coche. Dejando de ser, soy.
Las habitas salen muy bien porque
sé cómo incluir toda esta experiencia. Mis hijos dicen que no les gustan. Qué
sabrán de arte. Me acabo mi plato. Después el de Lucia. Después el de Daniel. A
veces no tengo medida.
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