Escala en Ítaca :
Estoy seguro que ninguno de los comensales ha llegado a su segundo plato
saltando de tupper en tupper toda la semana. Yo sí. El mismo bote de cristal
cada mañana, los mismos toques para que caigan las verduras pegadas al fondo,
el mismo cuidado en colocar la tapa de plástico para que no se salga el líquido
en la bolsa, el mismo vistazo al cajón de los cubiertos para elegir un tenedor,
la misma atención sobre las manzanas que me llevo de postre, el mismo bote de
vinagre que añado. La bolsa, como resumen, colgada del picaporte de la puerta para
cuando me vaya.
¿Y todo eso para qué? Para ver el
trozo de bacalao con la misma atención con la que Ulises, de regreso, observó a
Penélope, sensible a todos sus detalles. Supongo que los dos hicimos lo mismo :
pararnos un instante antes de ceder. Es ese momento, con los cubiertos en la
mano, el que conviene estirar un poco para ser consciente de los amigos sentados contigo en la mesa, de la luz del local, de por dónde avanza la
conversación, del vino en la copa, del cesto con el pan. De que, en fin,
gracias a la travesía por la rutina gastronómica, este lunes por la noche tal vez yo sea el
único en hacer escala en Ítaca.
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