La lógica del balancín : Recojo la mesa
mientras los mellizos duermen y María tiene una conference call de once a doce
de la noche. Escucho su voz al final del pasillo. Las respuestas las oye por
sus cascos, así que parece que hablara sola. La globalización impone un único
reloj para todo el mundo y cuando señala la hora de reunirse (que coincide con
la del que acaba de desayunar en el despacho más alto), no importa si estás en
Australia, Argentina, Canadá o al final de un pasillo.
Limpio los platos con dedicación
antes de meterlos en el lavavajillas. Aunque haya cenado con nosotros, María
seguía con la cabeza en la oficina. Ahora está en un extremo del balancín,
pegada al suelo (quizás hasta un poco hundida) por el peso de lo real,
provocando que yo esté elevado, como si fuera de ficción. Y es cierto : me veo
como un personaje de “Casa tomada”, como el protagonista de “Náufrago”. Hasta
tengo a mi versión de Wilson en esa naranja a la que Daniel le puso ojos y
labios que está encima de la campana extractora. Hola, Wilson, le digo. Y coloco los
platos en el lavavajillas.
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