Sumergidos en el último sol : Bajamos
por Fuencarral después de cenar en el McDonald´s a esa hora en la que te
encuentras una mesa con quinceañeras en un lado y, en el otro, un padre con sus
dos hijos. Bajamos por Fuencarral hacia la librería Tipos Infames porque yo me
he portado bien con los mellizos y ahora me toca a mí : en vez de un gran
regalo del día del padre, preferiría pequeños detalles, como el de no quejarse
cuando bajamos por Fuencarral camino de Tipos Infames después de comer una
hamburguesa en el McDonald´s a esa hora en la que quedan globos de regalo y las
dependientas están de buen humor y bajan al piso de abajo con tu bandeja (el
menú McRib les pilla en fuera de juego y tienen que prepararlo porque debemos
ser los únicos que lo pidamos hoy). Bajamos por Fuencarral y trato de no correr
a pesar de que los dos me dicen ahora que están cansados y muy pronto pedirán ir a casa: no lo estaban en la
tienda en la que han mirado y cogido todo ni en el McDonald´s, en el que hemos
hecho una gran montaña de patatas sobre la que hemos vaciado todos los sobres
de ketchup, donde hemos ido todos al cuarto de baño a usar ese secador en el
que metes las manos para sentir los chorros de aire caliente que salen de él.
Bajamos por Fuencarral y voy despacio, sabiendo que estoy gastando ya un tiempo
del que no dispondré en Tipos Infames, porque es también ese momento de la
tarde en el que al final de cada calle con la que nos cruzamos hay un sol que
la cubre de una luz que la desborda y en la que nos sumergimos hasta los
tobillos. En la siguiente calle, el mismo fenómeno con un sol pleno, como si
estuviera dispuesto a derrochar toda la energía que no hubiera consumido hasta
el momento. Es un atardecer que va a más, como una canción que en sus últimos
segundos, en vez de ir difuminándose, subiera de volumen, pidiendo a todos los
instrumentos que se unieran. Bajamos por Fuencarral y el efecto, totalmente
inesperado, me llena de energía. De calle en calle hasta que por fin llegamos a
la de Tipos Infames. Que ya están muy cansados, que ahí no hay libros para
niños, que hay mucha gente. Venga, chicos, les digo, un momento. Y me limito a
rodear las mesas de novedades como un perro que olfateara a otro más grande.
Veo una nueva edición de “El libro del desasosiego”. Lo abro y leo una frase :
“No es el amor, sino sus alrededores, lo que merece la pena”. Lo cierro.
¡Suficiente!
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