Góndola pirata : En el sorteo de manualidades, el bombo no es
generoso conmigo y me toca enfrentarme a la lancha motora y al barco pirata.
Había rivales mucho más fáciles, como la canoa, a la que podría enviar al
equipo B de mi talento (B de bajo) sin demasiadas complicaciones. En vez de
dedicarme a crear los planos de lo que me corresponde, fantaseo con lo fácil
que habría sido crear una canoa : veo canoas por todas partes, pero ningún
rastro de lanchas motoras y, menos aún, del barco pirata.
Convierto la
mesa del salón en un astillero de cartones, reglas, lápices, tijeras y gomas de
borrar. Lucía y Daniel me miran sin saber muy bien qué voy a hacer porque yo
mismo debo tener la cara de no tenerlo muy claro. Me muevo con la intuición de lo
que debe ser un barco (¡para qué mirar uno en Internet!) y en una hoja voy
dibujando las piezas como si, en vez de un barco, le estuviera diseñando la segunda equipación a Barbarroja. Trato de ser muy didáctico en lo que voy haciendo, como
si tuviera delante una cámara de Canal Cocina : paso a paso, aunque la
distancia entre el barco que construyo con palabras avance más que el real. Una
auténtica burbuja en el mundo de las manualidades que acaba explotando cuando
Lucía y Daniel me piden permiso para ir a ver la tele. Les digo que sí, en lo
que me suelto de esa telaraña en la que yo mismo me he metido.
El barco, pensado originalmente como una base
con dos trozos de cartón, irá sufriendo modificaciones a lo largo del fin de
semana conforme vaya sustituyendo a los maestros de obra, como el que echa a un
entrenador tras las goleadas que yo mismo me voy metiendo por no empezar con
las ideas claras (¡para qué mirar uno en Internet!). Como esos edificios que
resumen varias épocas, basta echarle un vistazo al barco para descubrir la fase
de la confianza, la del pánico y la de la ornamentación. Cada una estropea más
la anterior y crea las bases para que la siguiente sea un fracaso.
Yo mismo me
impongo la penitencia : más cola blanca con trozos de periódicos (aquí
sí que sigue mandando la prensa escrita), más trozos de cartón, más programas de radio a
la una de la noche para que cada apaño se seque a tiempo y pueda pintarse de
nuevo. Lo que va saliendo parece el Lada de los barcos piratas, la marca blanca
de un astillero para piratas que no tengan más vocación que la de asaltar las
barcas de pedales de los jubilados de Benidorm. Joder. Se me caen los párpados,
pero tengo que seguir porque, mientras, voy haciendo retoques a la lancha, a la
que le doy un enfoque minimalista. Es como escribir a la vez una novela negra
urbana y una aventura de quinceañeras.
Cuando están
ya secos, Lucía y Daniel se ocupan de darles los últimos retoques a los barcos.
No sé si navegarían, pero mi autoestima sí que hace aguas (¡para qué mirar uno
en Internet!). Cuando mis sobrinos vienen a vernos, Daniel lo presenta en
sociedad.
-Es un barco
pirata que parece una góndola.
No es una
mala definición. Los dos parecen sinceros cuando les pregunto si les gustan y
asienten. Quizás es que tenían las expectativas tan bajas que encontrarse con
algo que pueden enseñar hace que su orgullo se mantenga a flote.
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