Sonrisas de caucho
: El invierno empieza por el cuello. El verano, por los pies : el lugar de los
zapatos en el cuarto de baño lo ocupan ahora las chanclas, esas zapatillas para
la playa que no me caen bien. Su nombre no me gusta y no creo que pueda tomarse
en serio un calzado que se une a tu pie como esos peces que van pegados a los
tiburones : en vez de llevarte ellas, eres tú el que las transportas.
Es más digno
ir descalzo que con las chanclas, que son la puerta directa a esa versión del
verano que uno se encuentra si se asoma a él a través de un anuncio de cerveza.
Te las pones y piensas que te vas a convertir en la versión veraniega de la
Cenicienta, invitado a una fiesta de cervecita, tangas, crema solar, pescaito,
helado, paella, amigos, amigas, risas y todas esas cosas buenas que trae la
vida en la pantalla de un televisor y que existen, claro, pero nunca juntas.
Las chanclas crean un espejismo que parece más cercano. Sabemos que no vamos a
jugar como Ronaldo comprando sus botas, pero sí seguimos cayendo en la
seducción narrativa de las chanclas.
No solo
genera esos espejismos de felicidad, sino que borra cualquier idea interesante
que puedas tener en la cabeza. Las espanta como el primer tiro en el campo al
amanecer. Al sentirlas en los pies, el cerebro entra en un estado en el que se
ve incapaz de manejar conceptos, como un pianista con los dedos anestesiados.
Se vuelve torpe y acaba por meterse las manos en los bolsillos para aceptar
como buena cualquier cosa que se presente : un titular deportivo, una charla
sobre la temperatura del mar, la lista de postres que recita el camarero, la
letra del tema del verano. Todo se une en un perfecto horizonte intelectual en
el que uno puede observar cómo se pone la curiosidad, y el rigor o el ingenio,
como los tres soles de Tatooine.
Pero ahí
están, en el baño. Habrá una guerra nuclear y quedarán las cucarachas y las chanclas.
Y, si no llega, lo que está claro es que en ese eterno verano al que nos
llevará el cambio climático, el calzado oficial serán las chanclas. No somos
nosotras las que tenemos que adaptarnos, me dicen, sino tú. Por eso tienen esa
sonrisa de caucho. Porque saben que durarán. Mis comentarios les importan bien
poco. Mi argumento de que es bastante improbable que alguien escriba algo serio con unas chanclas en los pies les hace
sonreír aún más. El verano solo quiere titulares que den sombra.
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