La única cereza que no se cubrió de moho
: En cuestión de frutas, nos hemos estancado en las naranjas. Supongo que,
básicamente, por dos razones : en el Mercadona no tienes que elegir, basta con
coger dos bolsas y a correr y, lo que es fundamental, tardan en estropearse.
Este segundo punto es definitivo. Con las otras frutas hemos tenido experiencias
negativas porque el microclima de la cocina (a estudiar), provoca que maduren
de la noche a la mañana. Textualmente : de la noche a la mañana. Las naranjas
tienen un ritmo distinto, quizás favorecidas por alguna disposición de los
elementos de la cocina que las favorece (y que no voy a estudiar). Si te
olvidas de una pera, es probable que te la encuentres pastosa y cubierta de una
capa verde. Con las naranjas no hay ese problema porque se ponen malas hacia
dentro y, como una estrella moribunda, van encogiéndose mientras aumentan su
densidad.
Básicamente, las naranjas y
nosotros nos entendemos bien.
Por eso, cuando veo un esplendoroso
cuenco de cerezas en la cocina sé que la historia no va a terminar bien. Lo sé.
Que son de pueblo. Que costó mucho recogerlas. Que no tienen pesticidas. Que a
los pájaros les gustaron mucho. Que son divertidas. Que seguro que a los niños
les encantan. Que están buenísimas. No lo niego. Como éstas, habrá cien razones
más, pero no abro la boca porque el primer párrafo se me queda en la cabeza y
no lo imprimo. El argumento definitivo parece ser su presencia y ahí se quedan,
como si bastara con dejarlas en la mesa de la cocina para que mañana solo
veamos los huesos.
Daniel se acerca, coge una, dice
que está muy buena, y se marcha.
Sé cómo acabará todo. Dentro de una
semana estarán todas menos una cubiertas de moho, como si aquí viviera la
familia Adams y Halloween se presentara en Junio. Nos estancamos en las
naranjas, decía. Ha habido intentos con los plátanos, con las manzanas, con las
peras. Nada. Fallidos. Voy a hacerles una foto a estas cerezas para recordar la que ya no está.
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