La espada que no mata el hambre La camarera termina de pasar el paño por la barra y
se acerca para decirnos que todavía falta una hora para que abra la cocina. Una
hora, con sus sesenta minutos avanzando lentamente como una fila de gusanos.
Estoy a punto de decirle que me deje preparar cualquier cosa, como cuando llego
del fútbol y soy capaz de freírme un guante de cocina para calmar el hambre que
se me forma en el metro. Mucho tiempo tengo por delante con los mellizos
hambrientos y cansados. Me vengo un poco abajo, pero animo a la tropa. ¿Qué son
sesenta minutos? ¡Nada! Y tan pronto inspiro y expiro, me doy cuenta de que no
sé qué hacer durante todo este tiempo. Ellos tratan de leerme la verdad en la
cara, pero hago todo lo posible por que sólo vean el optimismo del místico que
ha visto tanta luz que no es capaz de embotellarla en unas cuantas palabras.
¡Vamos a andar!. Y como no sabemos muy bien qué hacer, caminamos despacio.
Entramos en unas tiendas. Leemos los anuncios de próximos conciertos. Nos pegamos
a la acera cuando pasan coches. Consultamos la hora. Temo que en cualquier
momento se rindan y opten por ir al McDonald´s. La cocina del McDonald´s
siempre está abierta y no hay que esperar. Como Disney : emisión a todas horas.
Pero esta noche me apetecía cenar en el restaurante que los mellizos habían
elegido. Si me dijeran que no aguantan más tendría que aceptarlo porque yo
tampoco he estado a la altura como guía. Nos fijamos en la gente que pasa. Nos
perdemos y nos volvemos a orientar. Entonces nos quedamos mirando el escaparate
de un restaurante mexicano. Un esqueleto, cortado longitudinalmente y con
algunas vísceras en su sitio, se está tragando un gran sable. Parece una
alegoría de la comida que no sirve para acabar con el hambre. Pensaba que los
mellizos me harían un montón de preguntas, pero parecen estar más cerca del
significado de lo que tenemos delante que yo. Les ofrezco ir al McDonald´s y
los dos me dicen que no. ¡Bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario