Un grafiti de bata blanca : Hace un
calor tan contundente que si se mete la mano en el cerebro para usar la palabra
hielo solo se saca charco. Todos los términos refrescantes se echan a perder
como los congelados tras dos días sin corriente. Avanzamos porque tenemos una
cita con el pediatra y queda poco y somos padres responsables, pero cuesta
tanto romper este muro de calor que no es raro que el que haya venido a
urgencias prefiera seguir en el aire acondicionado del coche probando un apaño
con las tiritas para mantener la mano recién cortada en su sitio.
Como si fuera una bicicleta estática, la
realidad ha saltado toda ella a dificultad cinco.
Caminamos entre edificios en los
que los médicos extienden recetas con letras imposibles (para no desvelar la
estrategia a los virus a los que se pretende combatir) y una seguridad que le
da al paciente un par de minutos de ventaja sobre su enfermedad. Así tiene que
ser.
En el suelo de la calle veo escrita
la palabra “Sigueme”. No hay ninguna flecha. Ninguna indicación adicional.
Nada. La busco. Nada. Entonces me doy cuenta de que está dentro de la sombra de
un árbol. Parece el grafiti de un médico que, cansado de ser siempre tan
explícito con sus recetas, una noche hubiera decidido dejar esta recomendación tras
ver a la gente derrotada por el sol evitar las sombras.
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