Rosa, la mujer que firmaba en la Feria del
Libro : Nos convocaron a un
grupo de escritores para aconsejarnos sobre nuestras carreras literarias. En
una sala, en mesas de estudio, nos esperaban los editores, que nos recibían
como médicos de ambulatorio obligados a
tratar con genéricos algunas enfermedades raras (entre ellas, la mía : este
blog). Las reuniones, de quince minutos, eran un rápido acercamiento de
posturas : nosotros tratando de eliminar síntomas extraños para ser pacientes
más o menos normales y ellos rebuscando entre sus consejos aquellos que pudiera
sernos útiles.
Entre
cita y cita, esperábamos en otra sala a que nos llamaran. Había en el ambiente
tanta inseguridad que antes de decir nuestro nombre al presentarnos lo
murmurábamos varias veces para no equivocarnos. No éramos el equipo del que alguien echaría mano para levantar un partido. Pensaba, viendo el grupo que
formábamos, que la literatura nos iba a saltar como generación, cuando entró
Rosa.
Rosa
entró sin hablar, pero su cuerpo decía : ha llegado Lara Croft. Todavía sin
abrir la boca, su forma de plantarse en la sala nos preguntaba, ¿bueno, qué, a
deslumbrar con vuestros proyectos?. Yo pensé que no : solo se escuchaba piar,
en los bolsillos de los poetas, unos cuantos versos sin mucho cuerpo.
Luego
Rosa se sentó y, después de presentarse, explicó en qué consistía su proyecto :
un estudio sobre el arte urbano del que tenía un par de buenas ideas para
arrancar. Entonces me di cuenta de que para ser escritor, lo primero es
sentarse así, con las piernas bien plantadas, el cuerpo inclinado levemente
hacia adelante y las manos moviéndose como si estuviera apartando las lianas de
las dudas. Si cualquiera de los editores nos hubieran visto por el cristal,
habrían podido saber, sin perder más tiempo, quién de nosotros llegaría a algún
sitio y quién se pasaría la vida acumulando documentos en su carpeta.
Como
teníamos programas distintos, no pude hablar con ella de nuevo hasta que nos
encontramos en el viaje de vuelta a Madrid por una de esas coincidencias que
ponen un pie en el terreno de la casualidad y otro en el del destino y esas
cosas. Hablamos del papeleo de la escritura, del formalismo de las editoriales,
de la burocracia del papel impreso.
Pensaba
que estaría por las selvas con un machete cuando hace unos días recibí una
invitación para visitarla en una caseta de la Feria del Libro, donde firmaba un
libro suyo “Lola, la mujer que no escribía bestsellers”.
Así
que he ido a verla para que me firme el libro. Casi quinientas páginas. Un reto
para un amante del minimalismo como yo. Estaba tranquila, como si firmar en la Feria del Libro fuera muy sencillo. Al preguntarle por el secreto se ha
encogido de hombros y ha abierto las manos mirando a los libros, como diciendo
que se trata solo de dar un salto para pasar por encima del mostrador y ocupar
ese lugar. Eso es todo.
Y
sé que de esos pequeños saltos va su libro. Ya me
advirtió que ella no sabía ser concisa, que al hablar se desbordaba. Ahora
tengo el libro en la mesa, estudiando la forma de sacar tiempo para leerlo como el que
trata de aparcar un tráiler en un callejón. No hay prisa : cerrado también me
cuenta una historia.
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