La ballena emerge entre edificios : La
ayudante entra en el cuarto lentamente, como si estuviera pisando conejos, y me
sonríe con la complicidad de los que encuentran el mismo sitio en el que
esconderse. Me enseña el presupuesto del curetaje y al verlo pienso que, por
un poco más, podría comprarme un equipo de fútbol, con su jeque y todo. ¿Pero
quiero esa fama a costa de una boca de la que vayan cayendo dientes como las
cornisas de un viejo edificio?. No, claro. Aunque no me quede dinero para comer
y me tenga que alimentar con los caramelos que me lleve de la recepción del
dentista.
Antes estas situaciones no me
afectaban : miraba la cifra y me disponía a firmar con el elegante
distanciamiento del que sella un acuerdo de desarme universal mientras pensaba
en mis cosas, porque mi mundo interior es como una tienda de golosinas, repleto
de pensamientos llamativos que apenas alimentan. Dejaba mi firma con unos
cuantos trazos de hábil mosquetero y a otra cosa.
En estos momentos, en los que,
económicamente hablando, he regresado al poder adquisitivo que tenía con diez años, cojo
el bolígrafo con cuidado y dudo antes de firmar. Una cuenta corriente sana,
esponjosa, te protege de las imperfecciones del camino. Baches, socavones, da
igual. Pero ahora he desarrollado una sensibilidad ante el dinero que me hace
pensar que, realmente, el cuento de la princesa y el guisante hablaba de mí.
Salgo de la consulta con caramelos
en los bolsillos. Ahora soy yo el que camina de puntillas sobre mis cuentas,
intentando calcular si saltando de gasto en gasto puedo llegar al otro lado del
mes. Hay que ir con cuidado para no caerse y acabar devorado por esa ballena que, como un Leviatán sumergido, nos ronda. La puedo distinguir en la silueta de un edificio, las
nubes como representación del chorro de agua que escupe al emerger.
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