Lluvia
de jabalinas : Estos son los sacrificios que nadie anota : de las cuatro sillas
de la terraza, me ofrezco a ocupar la única en la que da el sol. Lo que lanza
no son rayos, sino jabalinas que me atraviesan por todas partes, cubriéndome de
heridas de las que sale sudor a chorros. Es una batalla que doy por perdida y
que no tiene, ya digo, cronistas. El camarero pregunta qué queremos, y lo
anota, y suelta un par de comentarios que me parecen graciosos pero no se gira
para preguntarme si quiero que me meta un corcho, por tenerlo a mano, en mis
múltiples laceraciones. Tampoco me importa demasiado porque sé que tengo la
batalla ganada, salvo que la tierra deje de girar. Podría ocurrir y sería de
esas veces en las que podría recordar exactamente dónde estaba, hecho un
surtidor, un alfiletero de agujas de luz. Pero la tierra gira. Debería haberme
puesto unas gafas de sol pero tengo la impresión de que me desnudan la mirada. Con
ellas soy más transparente, lo que tiene sentido, porque lo primero que hacen
los magos para ver algo es, precisamente, cubrirse los ojos. Aguanto sin emitir
ninguna queja verbal, que ya habla mi cuerpo con esas gotas que salen como si
me estuviera escurriendo por dentro. El camarero trae los pinchos, los vinos,
los cubiertos y un par de botellas de agua. Me gustaría tanto que me pusiera la
mano en el hombro como reconocimiento. O dos palmaditas. Cualquier gesto.
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