Clase para usar cupones por un céntimo :
Tengo la impresión de que si el sudamericano que me atiende en el Burguer King
me contara todos los trabajos que ha hecho en su vida, la cola que se montaría
daría varias veces la vuelta al mundo. Es delgado, con la cara afilada, y esa
mirada atenta del que va a lanzar una falta y calcula cómo le tiene que dar al
balón.
He ido a recoger a Daniel a un
cumpleaños y su buen humor se me ha contagiado. Aunque el parque infantil ya estaba
cerrado, un amigo y él no dejaban de correr, como si se hubieran propuesto
recorrer una distancia mientras los padres
hacíamos de percheros. Ya en la calle los dos se han sentado en un muro a
hablar. No importa que compartan clase y que se vuelvan a ver a mañana: ahora
están juntos y eso es lo que importa. Envidio ese valor que le dan al presente
y que después desaparece. Es la madre del amigo la que acaba insistiendo para
que se separen.
Y es para alargar ese momento por
lo que propongo lo de cenar los dos juntos en un sitio en el que podamos comer
con las manos, mancharnos, beber con la boca llena y robarnos la comida.
El dependiente aleja la mirada del
balón, se ajusta un poco la gorra, y me dice que hay una oferta para lo que he
pedido. Me pregunta si tengo el cupón por mero formalismo, porque de alguna
forma debe ser evidente que soy de los que se acuerdan de ellos cuando han
caducado. Mientras hace la pregunta, saca un folleto del que arranca el cupón
apropiado. Me lo enseña y me lo explica con tranquilidad, como si le pareciera
extraño que exista gente que no aproveche estas ocasiones de saltarse una casilla,
por pequeña que esa. Me lo entrega. Se lo devuelvo. 9,99 €. Me dice que no
puede darme el céntimo de vuelta.
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