Nunca más de dos bombonas : Para no
retrasarnos en el viaje y ahorrar dinero, paramos en la primera gasolinera que
encontramos una vez que descartamos la opción del restaurante en Huesca. No es
una de las que se encuentran junto a la carretera, sino dentro de un pueblo en
el que nos metemos un tanto desconfiados, temiendo que solo haya un surtidor y
un mostrador con bolsas de patatas fritas.
La gasolinera es grande y nos
permite elegir entre dos tipos de sándwiches. El hombre al que le entrego el billete no me
dice nada al devolverme el cambio, como si recelara de alguien capaz de pagar
tres euros por un sándwich por el que él no daría ni la mitad. Entro limpio y
salgo con la carga de ser sospechoso de algo. Los efectos opuestos de un
confesionario.
Pero ese sentimiento se borra
pronto gracias al aire frío y limpio. El olor de la gasolina llega puro. Una
hormigonera para a repostar. En una jaula con candado hay bombonas de butano
con un cartel “Les informamos que por razones de seguridad únicamente está
permitido cargar en vehículos particulares un máximo de dos botellas”. Veo una
aspiradora con instrucciones, la tercera es “No aspirar objetos de tamaño
superior a la medida de la boca”. Al lado, con pinta de llevar mucho tiempo
rota, una máquina para limpiar las alfombrillas que en su momento a alguien le
pareció una gran idea. Nos comemos los sándwiches tranquilamente, disfrutando
de esa sensación del viaje que empieza. El conductor de la hormigonera le
comenta al que le atiende que una de las cargas de hormigón salió mal, pero por
el tono tranquilo con el que lo cuenta, parece que fuera algo con lo que hubiera
que contar. También hay tiempo para mirar al suelo y fijarse en las rejas, en
las que se lee “Fundicio ductil Benito-Manlleu”.
Los coches llegan y se marchan
despacio.
Al lado de la tienda hay un cuarto
con una pared cubierta de clasificadores y dos personas trabajando enfrente de
su ordenador. Tienen una gran ventana hacia el exterior que no ocultan con
ninguna cortina. Ahí dentro parecen vivir en ese eterno lunes de las tareas
administrativas. Es mejor no verse desde fuera.
El hombre que me ha vendido los sándwiches sale a la calle, se pone las gafas y se fija en una bicicleta que alguien ha
dejado junto a la pared. Es la mirada del que busca pistas. Se acerca su
compañero, el que ha atendido a la hormigonera, y se une a ese silencio
análitico.
También nosotros nos vamos despacio.
También nosotros nos vamos despacio.
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