No hay receta
pequeña : No hay ningún misterio en preparar unas pechugas de pollo empanadas. Pechugas
fileteadas dispuestas en una bandeja con un cuidado de clase de medicina. Un
huevo con la mejor silueta de huevo. El bote de arena de harina. Radio 3
siempre que no pongan “Flor de pasión”. Las manos limpias una, dos veces. Dos
platos idénticos. El tenedor alineado.
Pienso que no hay ningún misterio y
por eso empiezo a cocinar con la cabeza en otro sitio, quitándole importancia.
Entra entonces Daniel, decidido a ayudarme. Se cuelga el delantal para
desactivar el no que le voy a decir porque tengo prisa. El no, efectivamente,
se disuelve. Respiro un par de veces y le digo que bueno, que vamos a cocinar
pensando en que él vaya empanando las pechugas, pero él por cocinar entiende
acaparar todo el proceso. Respiro un par de veces, miro el reloj y que bueno,
que si estas cosas sirven para que nuestra relación no se pise los cordones y
estrechemos lazos con un doble nudo pues adelante. Adelante, pues, según Daniel
quiere.
Todo, entonces, pide su
explicación. Qué parte de la grasa dejamos. Cuánto hay que batir el huevo. Qué
entendemos por dosis justa cuando hablamos de dosis justa de sal. Qué cuchillo
es el que mejor corta la pechuga. Cómo hay que cubrir la carne con huevo. En
qué momento podemos considerar que el pan ha cubierto el pollo. Cuáles son los
efectos negativos de la sal. Cuáles son los efectos positivos de la sal. El
truco para saber si el aceite está listo. Las malas relaciones del aceite con
el agua. Los elogios que debemos dedicarle al inventor de las pinzas. La razón
de que el papel de cocina sea el mejor secante del que podamos echar mano.
Tardamos el doble en tener la cena
lista, pero todo este tiempo mi cabeza ha estado aquí, desmontando cada gesto con
la atención del que abre un aparato para descubrir cómo funcionan sus piezas.
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