La segunda acepción del mundo : Al ver
el belén que seguimos ampliando este año, pienso en la palabra deriva. Para
saber si eso es bueno o malo, acudo al diccionario, donde encuentro una
definición que me gusta aunque no venga a cuento: “Abatimiento o desvío de la
nave de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente”.
Esa precisión me reconforta como lector y como escritor. Habría que aplicarse
una terapia de un año de lectura del diccionario para purificarse un poco el
discurso como los que siguen un régimen para aclararse los órganos internos.
La deriva del belén tiene que ver
más con la interpretación de ir “sin dirección o propósito fijo, a meced de las
circunstancias”. Insistimos al principio en las figuras fundamentales y luego
nos alejamos para que fueran los mellizos los que siguieran con su interpretación.
El resultado es un belén en el que destacan los objetos por encima de las
personas o la propia historia : una cesta llena de panes, un pequeño tarro de
cristal con frutos rojos, una sandía partida por la mitad, una coliflor, un
cántaro.
No me parece mal el resultado.
Según mi forma de verlo, es en esos objetos donde se sigue repitiendo el
milagro, con minúsculas, y donde se encuentra el desafía de buscar en qué
seguir creyendo.
Vuelvo a acudir al diccionario para
leer si hablar de milagro es una intuición correcta o una exageración. “Suceso
o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”. Aparece como segunda definición,
pero estoy en esa fase en la que sospecho que el verdadero siginifcado de las
cosas se presenta en su segunda o tercera acepción, igual que una persona
empieza a mostrarse más fielmente con la segunda o la tercera copa.
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