El elefante con trompa de celo : No me
engaño con justificaciones y hoy mismo, cuando veo que Lucia y Daniel salen de
clase con una maleta repleta de libros que hay que forrar, me marcho con ellos
a comprar papel adhesivo. Hoy me voy a ganar la mayúscula de padre. Otros años lo he retrasado con excusas perfectas, cultivadas en el invernadero de la pereza, y
cuando he querido reaccionar el celo de la trompa del elefante estaba seco y ya
no había rollos ni en las tiendas de chinos, solo papel para envolver regalos de
Navidad: la idea de usarlos no fue bien recibida a pesar de mi acalorada
defensa de que así abrir la mochila sería como recibir la visita de los Reyes
Magos una y otra vez. Que qué mejor manera de levantarse cada día.
Recorremos la planta del hipermercado buscando los rollos de papel. Pasamos por la frutería, por la zona de
ropa interior, por la de menaje, otra vez por la de ropa interior, por la de
artículos de limpieza, por la de neumáticos, por la de videojuegos, por la de
comidas del mundo, por la de videojuegos, por la de electrónica, por la
panadería, por la de jardinería y por la de videojuegos. Ni rastro.
Pero como no voy muy atento, pensando
ya que Lucía y Daniel se han contagiado de mi estudiada impotencia para dar con
ellos, me meto en la sección de papelería. Al final de un pasillo los
encontramos en una caja, como paraguas en un puesto improvisado de la calle
cuando empieza a llover. Y a fe que mi humor se cubre de nubes negras. Lucía saca varios y me los ofrece como si estuviéramos
a punto de ser invadidos por Marte y tuviéramos que armarnos.
Nos llevamos doce rollos. Doce. La
cajera los pasa por el lector y después posa su mano, con un pequeño trozo de celo pegado, en la mía.
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