Naranja hospital : El cirujano se pasa
por la habitación con ese humor del que sabe que le van a preparar su plato
favorito para comer. Nada de lo que pueda ver hoy en su ronda parece capaz de
quitarle la sonrisa. Mira el pie de mi madre, comenta algo sobre la trayectoria
de los dos clavos que le han puesto, y nos asegura que será una recuperación
muy corta. Cuando se queda callado permanece inmóvil un rato, mirándonos, como
si las últimas palabras las dijeran su bata blanca, sus ojos tranquilos, las
pequeñas arrugas en su frente, el escaso pelo corto de su cabeza. A mí me
convence y a mi madre también.
En lo que esperamos que nos traigan
los papeles me voy fijando en algunos detalles de la habitación mientras
recogemos lo poco que hemos traído. Todo está dispuesto de la mejor manera con
una función definida. Como en un texto, lo que no aporta, sobra y se ha eliminado.
La televisión, por ejemplo, se muestra como un elemento necesario porque, con
ella de fondo, han salido las conversaciones que merecen la pena, las que no se
ven forzadas por el silencio.
Esta será, sobre todo, la
habitación de los estores naranjas. Bastaba con ver cómo filtraban la luz por
la mañana para tener la certeza de que durante el día las buenas noticias iban a
ir pendientes de los hechos, pastoreándolos. Antes de que empezara a hablar, ya
sabíamos qué iba a decir el cirujano.
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