Euforia italiana : Dos chicas se
sientan delante de mí en el metro y comienzan a hablar en italiano. Me parece
una gran forma de terminar el día. Son jóvenes y, viendo la bolsa de plástico
que una de ellas deja en el suelo, parecen venir de comprar la cena en un
supermercado. Conversan en voz alta, rápidamente, de un tema en el que las dos
coinciden, lo que se nota en el tono: se hacen con el espacio.
A través de esa conversación, como
por una ventana, me asomo a varios recuerdos de Italia. No me detengo en ellos.
Prefiero dejarme llevar por una charla en la que no me esfuerzo por entender algo.
No me importa. Como siempre que escucho hablar en italiano, se me renueva la convicción
de que la forma en la que hablas de algo incide en cómo lo experimentas, como
si la realidad, que nunca perdería su maleabilidad a lo largo del tiempo, necesitara
de la palabra para trabajarla. Esa posibilidad de modificarlo todo, hasta el
pasado, me provoca un optimismo, italiano, que no desaparece cuando las dos
chicas se marchan.
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