Las zonas templadas : Daniel y yo
sabemos que pronto cerrarán la piscina y que hay que aprovecharla antes de que
vuelva a pasarse varios meses con la lona puesta. Ese impulso razonado (si es
que entre las dos palabras puede haber una relación así) nos pone en marcha:
bañadores, chanclas, toallas y gafas. El ascensor desciende con la desgana de
un lunes y con cierta obligación gris de funcionario subimos por la rampa de la
piscina.
Hay cosas que es preferible hacer
sin ganas a no hacerlas. Por eso extendemos las toallas, nos duchamos y
probamos el agua. Para que dentro de unos meses, cuando sea ya de noche al
llegar a casa y nos asomemos a la terraza, no encontremos una excusa para el lamento
en esa tarde en la que pudimos bajar y no lo hicimos. Bastará con recordar esta
agua fría, las sombrillas cerradas y las sillas ya amontonadas para volver sin
esfuerzo a ese presente a buscar sus zonas templadas.
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