Lo que te llevas
de equipaje :
"Las monjas nos
enseñaron que hay dos sendas en la vida, la de la naturaleza y la de la gracia.
Hay que elegir cuál se seguirá. La gracia no trata de complacerse a sí misma.
Acepta que la desairen, que la olviden, que le tengan aversión. Acepta insultos
y agravios. La naturaleza es interesada. Hace que otros la complazcan. Le gusta
dominarlos para salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando
el mundo brilla a su alrededor, cuando el amor sonríe a través de todo. Nos
enseñaron que nadie que ama la senda de la gracia termina mal."
Lo bueno de ver “El árbol de la vida” un año después de su
estreno es que no hace falta escribir una crítica extensa porque tiempo ha
habido para decir de todo : que si es buena, que si es mala. Esas cosas. Lo que
puedo añadir yo es algo que se les habrá pasado por alto a todos los críticos :
es larga. Estoy acostumbrado a usar un capítulo de serie como referente de
medida (ni uno de Nurse Jackie ni el piloto de Treme, claro) y esta película me
obligó a adentrarme en un territorio en el que ni los párpados, ni mi concentración
aguantaban firmes. Pero aguantaron.
Además de necesitar más tiempo, a
esta película se le queda pequeña la pantalla, el equipo de sonido y, por lo
que he leído por ahí, algún que otro espectador. Son unos requerimientos de
sistema, por ponernos informáticos, excesivos, como para mandar un cohete a
Marte (he escrito Marta y por unos segundos he estado a punto de dejarlo así,
qué poco me arriesgo) para una misión que, finalmente, se tumba sobre la hierba
a ver crecer a los bichos. El megaminimalismo, por crear una corriente, qué
ganas tenía ya te apuntarme una, que se define por pedir grandes recursos para
pequeños detalles.
Como el prefijo es importante, aquí
hay detalles y detalles y detalles : si fueran canapés, serían suficientes para
saciar a un elefante gordo. Mellick crea los cimientos de esta historia de dos
horas y pico (más si uno tiene un poco de sueño) y se asoma y se dice, pues
nada, a llenarlos con piedrecitas. Y los hace : una lámpara que se apaga, un
hielo que corre por una espalda, un visillo que se mueve, otra lámpara que se
apaga. Apasionante (y lo sigo sin segundas). Realmente apasionante.
De puertas afuera, para situarnos,
la película cuenta la relación de un niño, el mayor de tres, con su padre y con
su madre. El padre es un tipo duro de los que sólo admiten una moral, la suya.
La madre es una mariposa rara clavada en un corcho. Así que el chaval se pasa
la infancia escuchandoóordenes de dos entrenadores, que la vida está para
marcar goles o que la vida está para no recibirlos. El partido se suspende
cuando el hermano mediano muere y entonces el campo se queda desierto como
solar en crisis para que todos se pasen el resto de su vida caminando sobre él,
con balón y sin porterías.
De puertas adentro, la película
trata varios temas. Puede que solo uno, pero ya he dicho que mi concentración
era intermitente. Está la lucha entre la gracia y la naturaleza, definida en el
arranque para los despistados. Y, como eso puede parecer poco, de plato
principal la relación del hombre con lo inmenso y, ya puestos, con Dios, que
está un peldaño por encima de lo inmenso. Básicamente, la diferencia de escala
entre tú (nada) y el universo (todo) que diluye tu importancia y la de tus
problemas al nivel de lo insignificante, lo que a ti no te sirve de consuelo.
Hay un trasfondo religioso en el planteamiento que no impide que cualquiera que
piense un poco se identifique con lo que se muestra.
Antes he dicho que la película era
megaminimalista, pero tengo que reconocer que ni la palabra existe ni es
verdad. Doblemente culpable. La palabra sirve a un nivel, pero es que Mallick
se deja de discursos y se propone, consiguiéndolo, que experimentes ese
diferencia entre tú y el resto, entendiendo el resto como el todo, con sus
galaxias y esas cosas.. Se sirve de unas imágenes que, por una ley que sugiero,
deberían mostrarse solo en cine. Todavía dirán que el cine es caro.
Y entre galaxia y galaxia, aún
tiene tiempo y cuerpo para ponerse a perseguir la noción de gracia como el que caza
mariposas con éxito. Este hombre es capaz de levantar pesas y de sentarse a
hacer caligrafía china. Aquí se centra en el detalle y se sirve de la música
para que tú, aunque dormido, seas capaz de ver lo que él ha visto.
Por no aburrir más al respetable, que cada cual tendrá su conclusión sobre la película. Aquí va la mía : las nociones de
orden y de sentido del mundo son tuyas, porque es complicado que existan ahí afuera, en una realidad que no sabemos leer. Allá tú con lo que construyas a partir de ahí. Sin embargo, sí podemos acercarnos a ese
mundo si nos dedicamos a celebrarlo, lo que, por otro lado, no tiene mucho
soporte práctico. A saber.
Sí que me queda una evidencia en
esta historia sobre la infancia. Llega en un momento en el que ésta se cierra
como una maleta y a partir de entonces tienes que manejarte con lo que llevas
en ella. Sin tiempo para rectificar o para vivir lo que no se experimentó. Así
dicho tiene la consistencia de un albornoz, pero en la película se experimenta
como un balonazo en la cara. Ese balonazo que hizo que me espabilara del todo a
la una y media de la mañana, con los párpados vencidos y los ojos picantes de
sueño.