Una escena rural : En la gasolinera,
por primera vez en mucho tiempo, un empleado se acerca a preguntarme cuánto
quiero echar al coche. Le digo que lleno, claro, que el detalle me ha hecho
sentir importante y no quiero quedar como alguien que sabe en qué va a gastarse
las monedas que lleva en el bolsillo.
Me gustan las gasolineras porque en
ellas uno experimenta el viaje más que en la propia carretera. Tienen algo de
puerto en el que salir a caminar mientras los marineros recuerdan el valor del
dinero y las bodegas se llenan de los víveres necesarios para seguir navegando.
Sería un buen sitio para que te echaran las cartas.
Veo un túnel de lavado y al lado un
pequeño parque infantil bien cuidado en el que a estas horas de la mañana no
hay nadie. No creo que lo hayan estrenado todavía. La urgencia en un viaje con
niños está relacionada con el baño, no con un tobogán en el que un niño se
tenga que desahogar. No importa. Ver un parque infantil relaja.
El litro de diesel está hoy a 1,285
euros.
Sopla una brisa agradable.
Como su trabajo tiene que ser
bastante aburrido, el empleado se busca la forma de hacérselo algo más
interesante. Se acerca a mi surtidor y, agarrando la manguera con cuidado, la
mirada fija en las cifras que van cambiando, logra ponerme cincuenta litros
exactos. Es una buena cifra. Es un buen ejercicio. Debería decírselo, pero me
callo porque no sé cómo se lo tomaría.
Entro en la tienda. No sé por qué,
me acuerdo de esa escena en la que Luke entra en la cantina de Mos Eisley para
encontrarse con Han Solo. Debe haber algún detalle que mi subconsciente ha identificado
y que yo no logro encontrar. En la cantina no había patatas fritas, ni la
prensa, ni una mujer pasando la fregona por el suelo, ni barras de Mars. No sé
encontrar la solución a esta adivinanza. La mujer a la que pago se ríe con la
chica de la limpieza, que se ha acercado a comentarle algo. Las dos se parten
de risa. Me hace enseñarle el DNI, teclear el PIN, coger la tarjeta y el
recibo. Y siguen riéndose. Hago todas las tareas todo lo despacio que puedo
para descubrir qué es lo que las hace reír de esa manera, pero no dicen nada.
Sólo se ríen.
Así que aquí dentro están las
mujeres, partidas de risa. Fuera, los hombres, envueltos en su lento silencio,
atienden a los coches. Cuando termino de pagar logro entender la imagen : cada
empleado, con su gorra y el uniforme oficial, se mueve de coche en coche con el
cansancio del ganadero que va colocando la máquina para ordeñar a las vacas.
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