Electricidad
estática : Con motivo de la Eurocopa, todos los céspedes parecen estar
conectados con los de los campos de fútbol de Polonia y Ucrania. Los pies de los niños
son más sensibles a esa electricidad estática compartida y no dejan de
perseguirla, como si no tuvieran suficiente excitación con su edad, con el sol,
con el agua y con un verano al que todavía no le ven el horizonte.
Los niños ocupan casi toda el agua
de la piscina. Pienso en ese anuncio de una freidora en el que una cesta
repleta de patatas frita se sumerge en aceite caliente. Está claro que para
ellos una piscina es una piscina, tenga el tamaño que tenga. No dejan que el adjetivo
pueda acercarse a matizar el concepto de piscina. Hay agua, y puedes saltar y
qué más quieres.
Yo permanezco un poco alejado. De
ellos y de los demás padres, que se reúnen a charlar mostrando unos cuerpos en
los que se empieza a admitir ya la derrota. En algunos casos, por lo que se ve,
sin haber presentado mucha batalla. No me importa demasiado porque así no me
distraigo y me centro en “Labia”, de Eloy Tizón.
Es posible que en los cursos de
best sellers se enseñe a Tizón diciendo “éste no es el camino, tomad el otro”.
Y eso está bien y es cierto, porque la flecha que señala su nombre te lleva a
unas historias de pocos personajes que Tizón desmenuza hasta convertirlas en
harina. Se sirve para ello de una mirada meticulosa y paciente que utiliza un
lenguaje que logra dar valor a todo aquello en lo que se detiene. Que es bueno, vamos : leerle es
disfrutar de la evidencia de que la realidad no se basta sin lenguaje y que por
ello su calidad depende de la propia calidad del lenguaje. Tizón trabaja una estructura
básica, de cuento, y alrededor de ella va trabajando el lenguaje como el que va
decorando un árbol.
Esa es la teoría. La práctica es
que me bajo el libro a la piscina, leo cuatro páginas (evitando que caigan
gotas de agua) y eso me basta, como lector y como escritor. El final se me va
alejando conforme me acerco, lo que demuestra que en la piscina el tiempo y el
espacio varían. Me quedan diez páginas, sólo diez, me leo cuatro y al subir
descubro que me siguen quedando diez.
Podría darle un empujón y terminar
el libro, pero no quiero y, además, yo también noto esa electricidad estática
en los pies. Me apetece probar otra vez si bañarse es tan divertido como parece
viendo a esos enanos saltar y salir y volver a saltar. Tengo mi bañador y mi
toalla, pero no siete años. Dos de tres tampoco está tan mal.
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