Un pato con prisa
: Voy al Carrefour a cortarme el pelo y a comprar unas naranjas (el plan sería
mejor si fuera al revés). Al llegar a la zona de peluquería veo que ya hay un
señor sentado rodeado de pelo en el suelo. La peluquera se disculpa con una
sonrisa, como si yo tuviera reservada la hora desde hace meses. Por eso me
busco excusas como la de las naranjas para venir a esta peluquería porque por
lo general, que se sepa, prefiero las naranjas de Mercadona pero en Mercadona
no han alcanzado el nivel de esa sonrisa que te abre varias ventanas por
dentro.
Hago tiempo comprando las naranjas
y paseando por los pasillos. Me gusta ver los estantes llenos, como diques
contra el pesimismo. Algo parecido debe sentir un general ante el desfile de
sus tropas. Me parece lógico que el trabajo de un Piero della Francesca tenga
sus cohorte de estudiosos, sus seminarios, claro, que no digo que no, pero algo
hay que decir también de varias columnas de donuts perfectamente ordenados en
sus cajas individuales. Me quedo un rato mirándolos notando cómo el estómago
empieza a girar.
Regreso a la peluquería. La chica
ahora atiende a una mujer que viene sólo a peinarse. Ser mujer es más divertido
: todas las cosas que puedes hacer con tu pelo. En mi caso, peinarse tiene la
misma sofisticación que recoger las migas de la mensa. Dos pasadas con la mano
abierta y listo. La peluquera y su sonrisa siguen ahí. Me hace un gesto con las
tijeras dándome a entender que le queda muy poco. Creo que esta mujer ya venía
peinada de casa.
Ya no paseo más. Me quedo al lado,
pero no tan cerca como para que se pueda pensar que escucho su conversación.
Presto atención a lo que tengo junto a mí pero se trata de artículos de
cosmética femenina. De nuevo, la certeza de que debe ser divertido ser mujer
viendo los accesorios que van incluidos con tu cuerpo. Al lado de esto, un hombre
parece más limitado que el vestuario de una figura de Lego. El tiempo que una
mujer dedica en el baño a mejorar, lo emplea el hombre en no empeorar,
manteniendo las distancias con el mono.
Me fijo en la columna que tengo a
mi lado. Con un poco de imaginación lo que hay ahí parece la figura de un pato
consultando un reloj. Sí, en la asociación hay referencias al pato de Pocoyó,
al reloj del conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Me alejo un poco
para valorar la impresión. Podría ser. En esas estoy cuando la peluquera me
anuncia que puede atenderme.
Nada más sentarme me cubre el pecho
con un plástico transparente que me ata por detrás. La peluquera es baja,
delgada, con esa consistencia que queda en un plato cuando has dejado que
reduzca para obtener la sustancia. Me gusta la forma en la que dispone del
espacio en el que trabaja. Nada sobra ni falta. Corta el pelo con esa alegría
templada del que está a punto de terminar la jornada para coger un avión a,
digamos, Italia.
-¿Cómo te lo corto?
Veamos. La fuerza de Sansón estaba
en el pelo largo. Cuantos más metros de pelo, mayor su capacidad para derribar
columnas y arrancar árboles de tres en tres. Sansón también habría urbanizado
la costa en dos días. Era de los que te recogía una cosecha pisando el suelo
con fuerza y dejando que las naranjas cayeran al suelo. La versión 1.0 de Hulk.
Sigamos. Es una forma de vivir y no
negaré que más práctica que la de meditar sobre los donuts o la de ver patos en
las cañerías. Ser Sansón estaría bien, pero este mundo se reduce y, con él, la
forma de mirarlo. No nos va a quedar otra opción que refugiarnos en el detalle. Corto, le digo, muy corto.
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