Daños colaterales : En la clase les piden que se imaginen en otro país y que en una
cartulina creen una postal dirigida a sus profesoras, dibujando algo típico en
una cara y un texto en la otra. La redacción de Daniel, desde Londres, es
cercana, anunciando que quiere verte para ponerte al día, que te echa de menos,
que te manda muchos besos. La de Lucía, aunque está en Hawái, tiene cierto aire
administrativo : se la dirige al señor director. No se anda con tonterías Lucia
: directa al poder.
Se habla del final del libro
impreso, pero ese pariente lejano que es la postal debe estar ya totalmente
muerto. Su certificado de defunción, oficial y definitivo, llegará cuando a los
colegios se incorporen nuevas profesoras acostumbradas a decirlo todo a través del
móvil y un ejercicio como éste desaparezca del todo. ¿Quién va a escribir una
postal si puedes hacer una foto y mandarla al instante? La tecnología también
ha acabado con la paciencia. Va dejando cadáveres en la cuneta (daños colaterales) que no vemos porque
siempre, en el horizonte, hay una nueva versión.
Ese horizonte que nace en fábricas
con jornadas de trabajo chinas.
Veo que han dibujado los sellos. En
las dos postales son los rostros sonrientes de dos niños. ¿Qué sentido tiene
ponerse a buscar un sitio en el que comprar un sello (¿un qué?), aguantando la
impaciencia del que tiene una postal ya escrita? Adiós a los sellos, y a los
puestos de la Plaza Mayor y a las series numeradas y al catálogo en el que
aparecían todas las emisiones con sus precios. Un catálogo que también está en
la cuneta, junto a la guía telefónica.
Más que una postal mandada desde
otro lugar, es un envío que se hace desde otro tiempo.
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