El sobre de Rose
: En el pasillo de comida oriental, una mujer que me recuerda a Rose, la de “Las
chicas de oro”, me entrega un folleto. Representa a una casa fabricante de
salsa de soja que, me informa, acaba de sacar al mercado una nueva versión con
menos sal. Se acerca conmigo a la estantería en la que están los dos modelos.
Más sal, menos sal.
En el folleto viene un pequeño
sobre con esa salsa para que la pruebe. Debería ofrecer un poco de arroz para
mezclarlo. Como no sé nada de soja, dudo. Me imagino arrancando el sobre y
bebiéndolo como hacía con los flash del colegio. No me parece elegante y ya sé
que alguna gota acabará cayendo en la camiseta, lo que hará que el resto de las
vendedoras, pensando que, por cochino, no las merezco, no me ofrezcan sus
mercancías de prueba. Dudo.
Sería más fácil si presentara
trozos de queso con palillos clavados, o una rodaja de chorizo o un pequeño
vaso con gazpacho fresco, que es lo que te encuentras en las grandes avenidas
del Hipercor, no en estas callejuelas exóticas que parecen atajos. Las chicas,
sin dejar de sonreír, te ofrecen la bandeja y tú picas, las miras a los ojos y
después a la camiseta para (no puede ser de otra manera) descubrir la marca que
te ha ofrecido ese desinteresado regalo (hay que estar informado, repasando el
texto varias veces si es necesario).
Sigo dudando. La opción de llevarme
solo un sobre a casa también me parece rara porque sé que los dejaré con los
ciento cincuenta que tengo de ketchup en la nevera (la nevera es suya) y nunca
me acordaré. ¿Y esto?, me diré cuando un día, al abrirla, tres mil sobres de
kétchup caigan al suelo. Es posible que, alguna vez, al preparar sushi,
recuerde lo del sobre y lo utilice, pero poca cantidad es ésa para apreciar el
sabor, apenas cuatro granos de arroz empapado. Sería necesario tener varios
sobres y no solo del tipo con sal, sino del otro, para realizar, de forma
científica, una comprobación.
Tengo que admitir que no sé
reaccionar. La vida es difícil y yo la empeoro.
Podría recorrer varias veces este
pasillo, mostrando interés por el producto de Rose. Rose tendría que entregarme
una prueba cada vez porque bien pudiera estar algún responsable mirándola y
quedaría feo dejar sin muestra a alguien que se decide a pasear por el pasillo
de la comida oriental. Les dejaría los sobres a mis hijos, al final del
pasillo, y regresaría una y otra vez hasta tener, pongamos, cincuenta muestras.
Una moviola de Ben Hur con asistencia técnica.
Rose me mira. El plan de los
cincuenta paseos es bueno, pero es posible que Rose acabe enfadándose conmigo o
pensando que le estoy tomando el pelo, lo que me resultaría imposible con alguien como ella. Cojo una
botella de soja sin sal para llevármela a casa y probarla sin prisas. No se me
ocurre otra forma de salir de ésta. Si la botella me gusta, volveré a por el
sobre de Rose.
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