La caducidad de las reglas : La masa de
las pizzas lleva varios meses caducada, pero no me inmuto cuando lo compruebo
porque la única intoxicación de mi vida la cogí con un pescado fresco que
compramos unas navidades en Garrucha. Desde entonces han pasado dos cosas : que
cada vez que vea un rollo de papel higiénico piense en Garrucha y que cuanto
menos fresco sea un alimento, más me fíe de él.
Los mellizos, sin embargo, sí le
prestaban atención a las fechas y nos miraban con reprobación cuando descubrían
que algo estaba fuera de plazo. Era el momento de apelar a nuestra posición de
adultos y explicarles que el fabricante no conocía su producto tan bien como
nosotros y que esa fecha estaba equivocada. Y para demostrarlo probábamos lo
que servíamos en el plato con esa tranquila confianza con la que Fraga se dio
aquel baño en Palomares.
Esa posición de superioridad sobre
los alimentos, sobre la industria, sobre la propia naturaleza se ha venido
abajo ahora que las fechas son meras indicaciones. Ese cambio, además, ha desorientado
a los mellizos, tan fieles a las fechas, que ahora toman esta relajación como
la señal de que, no solo en el tema de la comida, lo que hoy es válido, mañana
puede dejar de serlo por el simple motivo del porque sí.
Las pizzas salen muy ricas. Para
acompañarlo, abrimos un Petit Berdot, agradeciendo que el vino sea de los pocos
alimentos sin fecha de caducidad. De los pocos que tienen el tiempo a su favor.
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