Vuelta de honor al campo : Antes solo
era necesario un cartucho para imprimir en color. Ahora hay que comprar tres
para que la impresora pueda dar rienda suelta a su creatividad y hacer sus
propias mezclas. El problema es que esos tres cartuchos son como los botes de
salsas, que no se vacían al mismo ritmo, y cuando quieres echar mano de la
mostaza dulce ya no te queda, y ese vacío no puede cubrirlo el ketchup por
mucho que te sobre.
La señal de alarma, porque Murphy
también tiene algo que decir en esto, aparece un lunes a última hora, cuando el
día está a punto de irse por el desagüe, los platos sucios de la cena esperan
en el fregadero, los móviles se cargan en la entrada, se empieza a zapear para
mantener el forma el pulgar y uno de los vecinos sale a la terraza a fumar y
nos llegar el olor del tabaco. En ese instante, decía, Daniel se acuerda de que
tiene que imprimir un invento antiguo para mañana y Murphy se marcha a la
impresora para volver al rato con el mensaje, evidente en la foto impresa, de
que no queda salsa verde.
Intento recordar si últimamente
hemos impreso muchas cosas en verde. Ya solo nos falta llevar un registro para
igualar la carga de trabajo de cada cartucho y empezar a desechar fotografías.
-Te habrán pedido una fotografía de Marte, pero vas a llevar una de Júpiter porque andamos ya escasos de rojo.
Daniel me mira. El vecino sigue
fumando (un vecino previsor que, o no tiene hijos, o no permite que el nivel de
los cartuchos de su impresora llegue al nivel de reserva). Podría proponerle
que tiráramos de lapiceros de colores, pero en ese momento recuerdo que el
pasado es, sobre todo, territorio del blanco y negro. ¿Y qué mejor forma de
mostrar respeto a la máquina de escribir que Daniel ha elegido que
imprimirla en así? Al fin y al cabo, la gran literatura se escribió siempre en
blanco y negro: cada palabra tenía que ser pensada dos veces porque aún no
había llegado la pantalla en color en la que escribir no exige ningún esfuerzo.
“Back in black”, que dirían los de
AC/DC. Y en mi cabeza suena el tema a todo volumen cuando Murphy, abatido, me
deja en la mesa la imagen en blanco y negro de una máquina de escribir
perfecta. Daniel da el visto bueno. Solo queda trazar con regla unas líneas a
lápiz para guiar a la tijera. Lo hago despacio, como esos futbolistas que, con
un trote lento, recorren las marcas del campo aplaudiendo para dar las gracias
a la afición. Esta noche yo soy el jugador y la afición.
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