Bukowski, el gato sin nombre : Una de
las tareas de estas fiestas es encontrarles nombres a los dos gatos que se han
traído para acabar con los ratones. Con el primero, de pelaje blanco y marrón,
apenas hay problema y su nombre acude a él con la misma docilidad con la que él
se acerca a nosotros para que lo acariciemos. Esa caricia lenta con la que uno
acaricia muchas otras cosas a la vez. Amis, de amistad.
Al negro, esquivo, resulta difícil
ponerle el collar de un nombre. Mantiene siempre la misma distancia y cuando
nos aproximamos salta como si nuestras mullidas intenciones guardaran algo
afilado. Evita ese exceso que traemos a
una rutina que, tumbado en una parte alejada, parece bastarle. Su actitud es la
misma del Bukowski de “Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”, que
terminé ayer.
“Entiéndeme, hay demasiadas cosas
que suceden constantemente; incluso cuando estás inmóvil y sentado, suceden
cosas. No se debe buscar nada, no se debe apreciar nada, las cosa suceden
continuamente. Levantar un vaso de vino y beberlo, ya es mucho. Esta es la
razón por la que no me gusta viajar por Europa, ver torres y esculturas. No lo
necesito, todo sucede por sí solo. No necesito ir a algún sitio a ver cosas.”
Están
tan confiados con los gatos, que ya nadie se queja si la puerta de la despensa
se queda abierta.
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