Kilos de fruta se estropean bajo el sol :
El gorrilla que nos indica dónde dejar el coche en el aparcamiento del zoo me
pregunta, jefe, si ya ha salido El Gordo. Recuerdo entonces algunas mañanas
tumbado en la cama de mis padres escuchando cómo iban recitando los números. No,
no ha salido. Es la clásica mañana en la que se está en el trabajo pero con la
atención en otro sitio. Hasta con los animales se nota cierta relajación, como
si hoy no les obligaran a seguir el mandato de Baudelaire de “ser sublimes sin
excepción”. A los lobos marinos les conceden unas vacaciones para arreglar su
barco pirata. Y los pájaros, confiados, parecen volar de zona en zona para ver
a los animales protegerse en las sombras con una cuidada indolencia.
Cuando llegamos al recinto de los
monos de culo rojo, cuyo nombre científico nunca sabré, vemos que los distintos
niveles están llenos de trozos de fruta recién cortada pero que no hay ningún
mono a la vista. Solo se escuchan unos cuantos gritos de alguna zona interior en
la que se esconden. Tal vez a algún visitante se le cayera un décimo y ahora
sigan en la radio de un vigilante el sorteo. Si compartimos muchos genes con
ellos, eso sería lo normal. Nos quedamos ahí unos minutos con la esperanza de
escuchar el grito de cien monos de culo rojo celebrando un premio gordo. Pero
no hay suerte. Con este sol, la fruta se va a estropear muy pronto.
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