A doble velocidad : Uno de
los hámster ya tiene nombre aunque él no lo sabe. Tampoco sabe que ésta va a
ser la última noche que va a pasar en la tienda. Ni siquiera sospecha que, pareciéndose
tanto a los demás, habrá algo en el diseño de su pelaje que hará que Daniel
diga ése. ¿Éste?. No, ése. Ahora es uno más en ese grupo de bolas de pelo somnolientas
que se pegan junto al cristal
En la esquina opuesta del expositor
hay tres hámster recién nacidos temblando : su corazón parece bombear sangre con
violencia, como si llevaran el motor de un coche más potente. Hay prisa por
vivir. En su cara todavía no se distinguen bien los rasgos, como los rostros de
esos ladrones de película cubiertos por medias. Se les marcan las pequeñas
costillas.
El hámster cuesta cuatro euros con
noventa y cinco céntimos. El precio está escrito con rotulador negro en un trozo
de cartulina del que salen muchos picos. Está claro que lo que te llevas a casa
es, básicamente, un corazón que no va a dejar de latir con urgencia cubierto
por la falsa tranquilidad de una piel suave.
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