Cientos de manos
te llevan : La Central es a las librerías lo que la tarta Sacher a la
repostería. No hay ni un centímetro de tregua : entrar en ella es sentir, de
forma física, el peso de la palabra. Hay libros en la entrada, en las
escaleras, junto al futbolín. El lema parece ser : ni un resquicio para lo
virtual. Todo es jugoso y apetecible. No sé dónde se metían los patos de
Holden, pero estoy seguro que los libros de las librerías que cierran se vienen
aquí porque el edificio, saturado de palabras (las letras se dejan caer por las
ventanas y resbalan por las paredes del pequeño patio), parece un refugio que
hace de tienda, o al revés.
El caso es que esta gran tarta
Sacher me estimula la curiosidad y, como respuesta, se me despierta una ligera
euforia, que aparece, brillante y caliente, entre los restos apagados de la
hoguera. Entonces sigo siendo consciente de mis limitaciones, pero me encuentro
con la confianza suficiente (la euforia la lleva de la mano) para poder subir
de división intelectual si me leo este libro, y éste, y éste, y éste. Los
compraría todos para adoptarlos. O al revés.
La
euforia intelectual comparte genes con la provocada por un Ribera, por lo menos
en lo que a mí respecta : todo es más fácil y ligero. Así de ligero subo y bajo
las escaleras y me muevo entre los libros expuestos con la seguridad de que,
mire donde mire, voy a encontrar algo que me guste. Simplemente, me dejo llevar
por los títulos como esos cantantes que se lanzan al público para que cientos
de manos los lleven de un lado para otro.
Mientras esas manos me mecen,
pienso que es un buen sitio para venir con niños, para que ellos también
perciban las dimensiones de la cultura y empiecen a sospechar que en un espacio
como éste es más fácil que los libros te encuentren porque, seas quien seas, se
te ofrecen todos, algo que los algoritmos de Internet, con sus filtros, no
hacen. Claro que se ofrecen los libros.
Por ejemplo : “Segundas crónicas”,
de Antunes, que, viendo que no le hago caso en casa (oculto o perdido), se me
presenta en edición de bolsillo para que le de su oportunidad ahora.
Por ejemplo : “Cuentos por teléfono”,
de Gianni Rodari, para contrarrestar la falta de imaginación de los programas
infantiles.
Por ejemplo: “Una cuestión de fe”
de Enric González, que me recuerda que le quería mandar “Grupo salvaje”, de
Jabois, a un pirata de Burgos.
Sigo subiendo y bajando pisos con
la impresión de moverme en el mismo plano, como en un cuadro de Escher. Bajando
y subiendo.
Me acerco entonces a un dependiente
que arrastra libros como si fuera una versión adaptada de Sísifo. Le pregunto
por “Grupo salvaje” sin darle más pistas, como reto y por disfrutar un poco del
placer de añadir sufrimiento a alguien. Un poco más cabrón y me convierto ya en
el águila enviado a comerse sus tripas. El hombre piensa un poco. El hombre
tiene barba. El hombre no necesita rascarse su barba porque debe tener el
cerebro fresco y jugoso como una buena burrata.
-Abajo, junto al futbolín.
Y ahí está. Descansamos un momento
en la cafetería que tienen en el primer piso. No ofrecen ningún zumo de libro.
El vino es malo. No importa. Uno se sienta en estas mesas de madera para
recibir algo de ese trasiego de personas y de libros, como el que una noche
europea se asoma al balcón en Concha Espina para empaparse de ese ambiente que
desprende la gente entrando en el Bernabéu. No ha estado en el fútbol, pero
casi. Yo tampoco leeré esos libros que lleva la gente, pero casi.
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