Erasmus para roedores : Dentro de la
máquina de lavado hay un coche; dentro del coche hay dos niños; encima de las
piernas de uno, hay una caja; dentro de esa caja hay un hámster que roe
nervioso uno de los agujeros para hacerlo más grande. Yo estoy fuera viendo una
ballena azul cruzar el cielo.
Tal vez no sea una coincidencia que
quiera limpiar el coche después de salir de la tienda de animales, como deseando
mostrarle al roedor que ha caído en buenas (y limpias) manos. Es como si, más
que comprarlo, hubiéramos ido a recogerlo al aeropuerto para que pase un tiempo
de intercambio con nosotros como hicimos con el hijo de una familia con la que antes estuve
en Estados Unidos.
Igual que entonces, me hago las
mismas preguntas. ¿Se querrá escapar?. ¿Le gustará la comida?. ¿Montará follón
por las noches?. Nos llevó muy poco descubrir que básicamente, mi amigo
americano era como nosotros y, una vez satisfechas sus necesidades primarias,
era capaz de apreciar el arte de unos buenos cuadros o los perfiles de las
montañas, a los que dedicó bastantes carretes. Espero que con el roedor el
proceso sea similar.
Este túnel de lavado es pequeño :
el coche permanece quieto y es la máquina la que se mueve. Es un poco triste y
recuerda a esas escenas en las que simulan conducir mientras el paisaje se
proyecta al fondo. Los buenos son los túneles en los que el coche, en punto
muerto, recorre todas las fases en lo que es una limpia demostración de la
utilidad de la división del trabajo y una defensa de la especialización. Buenos
y divertidos, con ese aire de tarde de domingo en la que veías llover fuera.
Quizás debería haber buscado uno así para este recibimiento.
La ballena sonríe. Las nubes
avanzan con sopor de domingo. Como he elegido el programa más caro en honor al
roedor, la dependienta, vestida con prendas de Ferrari, me ha entregado una
ficha para la aspiradora como si me diera limosna. Le doy las gracias y poco me
falta para decirle que no me la voy a gastar en vino. La ficha me recuerda a
las que se utilizaban antes para llamar por teléfono en las cabinas.
Me está sentando bien esta parada.
La tensión se va disolviendo y me empiezo a sentir con fuerzas para hacerme
cargo del hámster. La diferencia de edad ya no me importa. Además, me animo, el
coche ha quedado bien limpio. Adelanto el coche a la zona de las aspiradoras y
meto la ficha. Apenas arranca la máquina, veo la situación desde el punto de
vista del hámster : una gran serpiente de plástico que, con la boca abierta,
succiona todo lo que encuentra a su paso. Si ahora lograra escaparse por su
agujero y salir corriendo en dirección al aeropuerto para coger el primer avión
con destino a alguna película de Pixar lo entendería, aunque eso supusiera que
ningún roedor más quisiera apuntarse a nuestro particular Erasmus.
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