Doble conspiración : Hay una
conspiración de los abuelos, un plan meditado y bien organizado que se descubre
fácilmente. Le digo a Daniel que se suba el jersey y ahí veo, encajada en el
pantalón, una peonza de última generación (Entrada USB,GPS,IVA y ABS). Es azul
y brilla como el lomo de un delfín. Le pido lo mismo a Lucía con idénticos
resultados : la suya es roja y también brilla, como el neón de un estreno en un
charco.
La conspiración, decía, existe y es
ésta : consiste en llenar el cuarto de los nietos de juguetes, cromos, figuras
o balones para poder exclamar, cuando lo ven, que los niños ahora tienen de
todo y que antes se entretenían con una caja de zapatos. Se podría llamar la
conspiración de la caja de zapatos. O la de los abuelos, a secas.
No es un plan excesivamente
peligroso (es probable que resulte más arriesgado ver a un gato lamerse una
pata en un charco de sol) ni concentrado (los abuelos llevan años con él y es posible
que lo dejen cuando puedan realizarlo con sus bisnietos), pero está ahí. Como
el proceso de la clorofila o el tiempo de gestación de los elefantes :
conocerlo está bien.
(Aquí vendría una pequeña
entrevista a un psicólogo de televisión para que hablara sobre esa necesidad de
los abuelos de defender su pasado reivindicándolo; y luego otra pequeña
entrevista a una psicóloga para que hablara de esa necesidad de los abuelos de
reivindicar su pasado defendiéndolo)
A falta de psicólogo, me encojo de
hombros. Mi madre se disculpa como si de esos minutos en los que entró en la
tienda a comprar las peonzas no quedara rastro en su cabeza. Quizás es que fue
abducida al salir por unos marcianos que, en venganza por esa sonda que les
hemos metido en casa, van robando minutos de memoria a la gente (a éste, a
ésta) para que no quede rastro de lo que vamos aprendiendo de su solar rojo.
Conspiración sobre conspiración.
Me encojo de hombros y suspiro. Ya
sé que mi futuro se va anunciando en lo que veo a mi alrededor y que acabaré
enfrentándome a él como el viajero que, empujado por los demás, termina al fondo
del vagón del metro. Por eso no digo nada. Dentro de unos años yo mismo acabaré
formando parte de esta conspiración y entonces, sólo entonces, podré disfrutar
del placer de decir que los niños de ahora lo tienen todo y que cuando yo era
pequeño nos conformábamos con un Spectrum y su teclado de goma para jugar. Todo
llega.
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