La propina : Bastaría con la
botella de “Oh, de Romalia” para recordar esta comida. Hubo más cosas, claro,
como el pan en el cesto, o el intercambio de platos al que nos dedicamos al final, o esa sensación tan agradable de ser los primeros en ocupar una mesa y
que ésta sea la número uno o esa luz que llega desde arriba (las mesas están
por debajo del nivel de la calle) y cae de una manera diferente sobre los
cubiertos, los vasos y el pelo de los mellizos. Exactamente todos esos detalles
que nunca aparecen en una crítica gastronómica y que son la base de una buena
comida. Lo que se recuerda de ella cuando se olvida lo que se comió. Pero el
vino, hay que admitirlo, habría sido suficiente para destacar esta comida sobre
muchas otras. Un buen vino que permite experimentar que el placer empieza por el olfato (o antes, por el sonido que hace al ser vertido; o mucho antes, por el color con
el que sale de la botella; o en el origen, por la forma en que es descorchado)
Pero (todo post debería ser un pero
más o menos explícito; la búsqueda de ese pero) hay algo más que sucede después
de abandonar el restaurante, cuando han retirado el plato con la propina, las
copas, y están quitando las migas. Los mellizos han salido con una pistola de
agua porque en el cesto de los regalos sólo quedaban muñecas. El encargado se
ha disculpado diciendo que eso es lo que hay y como los mellizos perciben en
los juguetes que ven ese abandono de artículos de fin de temporada, no
insisten. Caminan detrás de nosotros haciendo planes para la piscina, que ya no
puede retener el calor que tení, y ahora en sus reflejos compone una amenaza
en vez de una invitación. Ya anticipo el frío.
Es el momento en el que admito
que no encontraré excusa que venza a su insistencia, escucho una voz
detrás que nos llama. Pienso en la cartera, o en las llaves, o en un móvil. Al
volvernos vemos al encargado con otra pistola en la mano. Es una sensación
extraña porque en ese momento todo estaba equilibrado, todos habíamos asumido
que las cosas son como son y que dejar detrás el verano supone, sobre todo,
aceptar que ya no habrá todo de todo : ni de sol, ni de sueño, ni de juegos, ni
de caprichos. Es evidente que al encargado esa situación sí le preocupaba y que
pensaba una cosa mientras decía otra. Esa fidelidad a lo que pensaba es lo que
le impulsa a ir al almacén y rebuscar en alguna cada.
-La última – dice al alcanzarnos.
Es la primera vez que somos
nosotros los que recibimos una propina al acabar de comer. Los mellizos dan las
gracias a la vez, al instante, respondiendo más al gesto que al juguete.
Parecen desbordados. El verano se alarga un poco más.
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