Infidelidad : Me sirven el café en una
taza de loza que hace juego con su plato. Me gusta el ruido que hace mientras
camino hacia la mesa de piedra agarrando con cuidado el plato. Me hace pensar
en el tictac de un reloj recorriendo cuartos de techos altos y muebles
brillantes. Es el contraste prefecto con los árboles, el canto del gallo, el
lejano golpeo de los cencerros : los coloca a la distancia justa. Me siento en
la mesa y pruebo el café. Ahora entiendo el porqué de este rito en tierras
lejanas : lo que se conquistaba con las armas se asentaba con una taza y un
plato como éste.
Estoy acostumbrado a mi taza del desayuno,
grande, gruesa, de las que aparecen en las mesas de los policías de las series.
Suelo llenarla hasta el borde para que el café me dure bastante. La cojo por el
asa y me marcho con ella hasta el salón. Para que no manche la mesa, pongo
debajo de ella un trozo de papel de cocina y la dejo a la distancia justa para
poder cogerla estirando el brazo mientras leo, apurando el silencio.
Ahora no tengo prisa y me
entretengo mirando las siluetas de las montañas, dejando que el tiempo pase
hasta que alguien venga a por mí. Me bebo todo el café, hecho con la misma
máquina que tengo en casa. Me levantaría a por más para sentir en los labios el
fino borde de la taza. En unas viñas, las uvas cuelgan como ubres reclamando ya
las manos.
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