El sello de corcho : De las botellas
queda el corcho, como el sello de los sobres. En ambos acabas olvidando el
contenido: cómo era el vino, qué decía la carta. Que en el corcho de la botella
que abrimos para comer, un Berceo Selección del 2009, el nombre de la bodega
esté escrito en un recuadro dentado es una indicación de que también la botella
llevaba una historia.
Ésta: fueron los hijos del dueño
los que, en un viaje de esquí a los Pirineos, sugirieron a su padre que registrara la marca Berceo en honor al
escritor al que entonces estaban estudiando. Al padre la propuesta le pareció
bien, pero se encontró con la prohibición de registrar el nombre de Gonzalo de
Berceo entero. La opción más práctica hubiera sido la de elegir cualquier otro
nombre, pero se decidió seguir con Viña Berceo. No se levanta una bodega si no se ha aprendido a plantar batalla, sobre todo contra uno mismo. Ese rodeo tampoco fue fácil
porque le pidieron que comprara viñas en el pueblo de Berceo y que obtuviera
una autorización por parte del Ayuntamiento. Se compraron las tierras, se
obtuvo la autorización: se registró la marca. Hasta que muchos años después un
cliente de la bodega les ofreció la marca completa que él había conseguido.
También hay otra historia debajo de
ésta. La de ese maestro que un día habló de Berceo en una clase, pensando
quizás que esa hora sobre el primer poema en castellano pasaría como la demás,
sin dejar su sello.
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