domingo, 6 de octubre de 2013

La enzima holandesa




La enzima holandesa: Las mesas bajo la carpa están llena de holandeses que llevan celebrando la boda desde el viernes. Ellas mantienen el maquillaje perfecto; a ellos el nudo de la corbata no se les ha movido. Empiezo a pensar que la enzima que hace tolerable el alcohol está muy mal distribuida en el mundo y que toda la que falta en China está aquí, a mi alrededor. Cualquiera de ellos podría enhebrar una aguja con un ojo cerrado, haciendo equilibrio sobre tres sillas.

La boda se ha retrasado para ser precisa: la novia empieza a avanzar por el camino que la lleva hacia las sillas, junto a un gran árbol, cuando el sol, dejando en sombra a los invitados sentados a la derecha, resalta ese breve paseo en el que ella nos deja compartir su alegría y nos hace sentir que también se ha puesto ese traje para nosotros. Ahí la recibe el novio, que conoció en Malasaña, la única palabra que reconozco de los discursos que después se pronuncian en holandés, un idioma que parece más lejano que su país. Pero no importa: tienen en sol detrás, que es donde debe estar, calentándoles las espaldas. Delante solo sirve para cegarte.

En la comida, los holandeses se van convirtiendo en españoles callejeando tranquilamente por la zona del Penta y nosotros, sin llegar a Holanda, nos quedamos en ese país sin lugar en el mapa en el que a las ocho te esperan los baños, la tortilla francesa y media hora de dibujos animados. Sí sabemos que nosotros somos la única mesa en domingo mientras a nuestro alrededor sigue siendo viernes.

Esa delegación de nacionalidad, en la que nadie nos pide que ejerzamos de locales, es relajante. No hay que buscar palabras con las que expresarse, ni alabar los museos, ni comentar lo buen chico que era Van Nistelroy, ni elogiar el vino. Es una boda que se va disolviendo poco a poco, convirtiéndose en una reunión en la que, básicamente, hay tiempo para hablar mientras los niños se divierten con una alegría controlada.

Así estamos hasta que levanto la vista y la carpa, que parecía acumular el sol como el agua de la lluvia, ya está vacía. 

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