Ni
vivos, ni muertos : Subo con un esqueleto en el ascensor. Un esqueleto algo
narcisista (le gusta mirarse los huesos en el espejo) que lleva una calabaza de
plástico repleta de caramelos. Parece que lo de jugar al “truco o trato” ha
funcionado, y muy bien, porque todos abren ya la puerta aceptando el trato.
Sería más pedagógico que en algunos casos todas estas brujas y esqueletos que
han recorrido las casas se hubieran encontrado alguna oposición. Alguien que
debajo de su negativa algo cabrona a entregar dulces escondiera una lección: a
veces no se logra lo que se quiere. Yo mismo, ya puestos, me propongo hacer ese
papel en el vecindario a riesgo de que algún padre proteccionista acabe
pinchándome las ruedas. Todo por saber qué es capaz de hacer como truco uno de
estos niños cuando en estas rondas de aires napolitanos alguien no pague por su
tranquilidad.
El
fantasma se baja en mi planta, me sigue, entra en mi casa, se sienta en el sofá
y abre la calabaza para compartir sus dulces. Hay fantasmas así de majos.
Al
rebuscar entre las chucherías (un placer tan grande como el de comérselos),
descubrimos caramelos duros, con publicidad, del Metro de Sevilla. Al final sí
que hay una lección en todo esto, quizás la más importante : la de que hay
gente que no elige ni truto ni trato y se queda en el medio después de rebuscar
caramelos en los bolsillos de las gabardinas, en los cajones con los relojes sin
pilas o en los tarros de plástico que están en la parte de atrás de los armarios.
Esa gente, en fin, que anímicamente vive en los huesos, ni vivos ni muertos.
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