Los minutos previos
a los postres: Es un placer ver la mesa llena de platos de los que servirte
guiándote solo por el capricho, sin orden, como el paseo del gato que camina
por debajo de las sillas y después se va deteniendo en esos puntos en los que
el sol debe tener un matiz especial que solo él sabe apreciar.
Abrimos tres botellas de vino. Cada
una, en uno de esos milagros desacostumbrados, es capaz de atender todas las
copas que la reclaman, vaciándose solo cuando se propone la siguiente y todos
aceptamos a la vez. Tenemos todo el vino, el sol, el tiempo que queramos:
estamos aquí para experimentarlo sin el corte de la urgencia.
Solo nos detenemos antes de que se
sirvan los dulces. De manera gradual, todos nos levantamos con una excusa que
no damos y la mesa se queda vacía. Después veo que cada uno tiene su motivo.
Acariciar al gato. Buscar unos hielos. Asomarse a ver qué hacen los niños en la
plaza.
Yo me acerco a un barreño con el
agua afilando el borde. Me fijo en las gotas que se van llenando de tiempo
hasta que se sueltan y caen. Y otra vez. Este es mi plan para ese rato mientras
terminan de preparar la bandeja de los postres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario