La caja desvalijada: Aprovecho el
silencio de estudio (cuentas con lapicero a derecha e izquierda) para leer el
periódico que alguien ha dejado doblado encima de una silla. Se cuelan algunos
ruidos -la máquina del café, tazas en platos, conversaciones en voz baja- al
que añado el que causo yo al pasar las páginas. Lo hago lentamente para que el
movimiento no provoque una pequeña corriente que eche abajo las construcciones
matemáticas que los mellizos mantienen en equilibrio antes de alcanzar la
solución y escribirla.
Nada interesante, nada, hasta que
llego a esa esquina en la que el periódico publica lo irrelevante y me
encuentro con lo que se convierte en mi titular de portada: los Renoir de
Cuatro Caminos cierran con una última sesión el lunes pasado. Suelto un
mecagoenlaputa bajito para no romper la concentración de goma de borrar y
números que me llevo. El cierre de los Lido dolió, pero que ya no abran los
Renoir es como encontrarte abierta la caja fuerte en la que guardabas algunos
de tus recuerdos más apreciados: el estreno de Leolo, por ejemplo.
Así que cierran los Renoir para no
abrir nada y que su fachada acabe cubierta de anuncios de conciertos de músicos
latinos. Deberían haber avisado para poder hacerle una última visita a sus salas
y recorrer de nuevo un escenario que a pesar del paso del tiempo no envejecía.
Que cierre está mal, pero que lo haga con una sesión a la que solo acuden tres
personas es humillante.
Para qué seguir leyendo. Vuelvo a
doblar el periódico con cuidado, como borrando las pistas de mi precipitada
lectura, y regreso a esas cuentas en las que ningún número se parece a otro. Yo
tampoco soy el que entró en esta cafetería hace unos minutos.
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