Alguien acabará reconociéndote : En la
pizzería nos ofrecen una mesa pequeña en la calle, junto a una figura de tamaño
medio de un botones que ofrece tarjetas del local en una bandeja. Como parece
salido de una viñeta de Tintín, no pongo ninguna objeción porque me parece
buena compañía.
Los platos que nos traen ocupan
toda la mesa, dejando apenas sitio para los vasos y la botella del lambrusco,
Sarsitano, que pedimos. Casi no se ve el mantel de papel con cuadrados rojos y
blancos. Pronto llegamos a ese momento de la cena en el que empezamos a
compartirlo todo, con una mano que lleva el trozo de pizza de un plato a otro
mientras la otra lo sigue por debajo para que no se caiga ningún ingrediente.
Somos un buen reclamo: algunas parejas, después de vernos, se asoman al local,
miran si hay sitio y continúan su paseo después de cruzar algunas palabras y
consultar la hora en su reloj.
Más parejas. Padres que empujan
carritos. Un trenecito lleno de turistas se para unos segundos para que el
dueño del restaurante, con una nariz de payaso, haga sonar una bocina asomado a
una ventana. Bastantes motos. Bañistas que suben cansados la cuesta, como
recién derrotados en su defensa de la última porción de sol. La botella de
lambrusco vacía y los platos con los bordes de las porciones.
Dos padres entran en el restaurante
mientras la abuela se queda afuera acompañando a una niña pequeña. La niña se
acerca a la figura del botones. Tiene en la mano una colección de pequeños
libros ilustrados que va pasando con cuidado hasta que da con el que busca para
enseñárselo: Pinocho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario