El veterano pelotón de la bandera roja :
Esta semana la playa está ocupada por abuelos con sus nietos. Los padres, con
el móvil al lado en la oficina, irán llamando a lo largo del día para preguntar
cómo va todo por aquí. Yo podría responderles a todos que bien, que no se
preocupen, que es verdad que puede surgir algún problema si los niños echan a
correr pero que no se da el caso porque con este calor hay pocas ganas; que los
abuelos parecen proteger a sus nietos envolviéndolos con un discurso que
ofrecen a todo el que quiera escucharlos, generalmente otros abuelos que a
cambio darán el suyo a los primeros, que lo recibirán encantados; que es
posible que algún niño no esté con el abuelo adecuado porque las sombrillas
están muy cerca pero que estos desajustes contables se solucionan levantando la
vista y realizando el oportuno cambio sin darle mayor importancia a un hecho
que tampoco se les comenta a los padres de la oficina para que no sientan el
impulso de dejarlo todo para venir aquí pensando erróneamente que no hay
control.
Y claro que hay control: algunos abuelos sin nietos que caminan por la orilla, como calentando suavemente por la banda en lo que los reclaman. Van practicando con los niños que se encuentran para no perder la forma. El grito de Lucía al meterse en el agua atrae la atención de uno que le dice que tiene la piel muy blanca, como advirtiéndome que si fuera su nieta le habría dado varias capas de protección solar. Otro se fija en el brazo escayolado de Daniel y solo con la forma de señalármelo ya me indica que espera que esté bien protegido con la funda, que lo peor que le puede pasar es que se le moje la escayola. Mucho control. No sé si estoy al nivel que exige esta playa. Estos vigilantes actúan como si nunca se hubiera arriado la bandera roja del puesto del socorrista.
Y claro que hay control: algunos abuelos sin nietos que caminan por la orilla, como calentando suavemente por la banda en lo que los reclaman. Van practicando con los niños que se encuentran para no perder la forma. El grito de Lucía al meterse en el agua atrae la atención de uno que le dice que tiene la piel muy blanca, como advirtiéndome que si fuera su nieta le habría dado varias capas de protección solar. Otro se fija en el brazo escayolado de Daniel y solo con la forma de señalármelo ya me indica que espera que esté bien protegido con la funda, que lo peor que le puede pasar es que se le moje la escayola. Mucho control. No sé si estoy al nivel que exige esta playa. Estos vigilantes actúan como si nunca se hubiera arriado la bandera roja del puesto del socorrista.
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